[6] Legarda, consciente de que difícilmente podría crear una iconografía propia con una imagen tan tradicional como la de la Inmaculada (aquella que no carga al niño, porque apenas está por concebirlo por obra y gracia del Espíritu Santo, y cuyos colores son siempre el blanco y el azul), nunca pensó siquiera en que lograría la obra más representativa de la escultura de lo que más tarde sería el Ecuador.
Juan de Jáuregui ilustró en 1614 los comentarios que el santo había realizado del Apocalipsis.
Este grabado, recogido por grabadores de Amberes, debió haberse introducido en América durante la primera mitad del siglo XVII.
[7] La mujer pisa con sus zapatillas al dragón, la bestia apocalíptica, y que además está sometido por una cadena de plata que sostiene la Virgen entre sus manos.
La escultura representa, como ya se dijo, a la Inmaculada Concepción pues ese había sido el trabajo encargado a Legarda; pero también representa la asunción de la Virgen al cielo, detalle expresado con las alas.
Es además una alegoría del triunfo de la iglesia sobre el pecado, representado por la bestia que es aplastada por la Virgen con sus pies mientras la mantiene atada la cadena.
[8] Los colores escogidos por el artista para dar los acabados al ropaje de la escultura fueron el rojo, que representaba al amor de madre, el azul a la sabiduría y el blanco a la pureza.
Los quiteños pronto se sintieron atraídos por la singular belleza de la Inmaculada que Legarda había logrado y que comenzó a ser conocida popularmente como la Virgen bailarina, por la posición de sus manos y los pliegues del vestido, que transmiten una sensación de movimiento,[4][8] y como la Virgen alada, por la peculiar adición que le había hecho el artista en la espalda.