Los vinos andaluces pertenecen a una estirpe de vinos antiguos como los oportos, los madeiras o los marsalas, nacidos en los siglos XVI y XVII con el auge del comercio marítimo.
El viñedo ocupa una extensión aproximada de 40.000 hectáreas y se cultiva en todas las provincias.
No obstante, existe una gran diversidad en las diferentes zonas de Andalucía, existiendo muchas variedades microclimáticas que dan origen a los distintos caldos andaluces.
Este sistema, que enriquece el grado alcohólico del vino hasta 17 grados para matar la levadura, permite el intercambio de sustancias entre el aire, el vino y la madera.
Es la crianza típica de los Olorosos, Pedro Ximénez o Condado Viejo.
Cada Consejo Regulador controla que se cumpla lo dispuesto en los reglamentos.
El viñedo se extiende sobre terrenos llanos o ligeramente ondulados.
Es un vino muy pálido, de aroma punzante característico, ligero al paladar, seco y poco ácido, con una graduación que hasta hace unos años oscilaba entre 15,5 y 17% de alcohol en volumen.
Es, junto al vino fino, el caldo consumido por excelencia en las ferias andaluzas.
Podemos encontrar, según su maduración, vino joven, fino, amontillado y oloroso.
Estos caldos van oscureciendo sus tonos, convirtiéndose en vinos generosos, hasta alcanzar una graduación alcohólica máxima de unos 20 grados.
Además, es originario del marco Montilla - Moriles el vino dulce denominado Pedro Ximénez, elaborado con esta variedad de uva.
Su consumo se hace cada vez más popular, en buena medida por sus singulares características.
Estas zonas productoras estaban tradicionalmente orientadas a los mercados locales y ligadas a una viticultura familiar, pero se ha logrado introducir nuevas variedades, fundamentalmente tintas, y modernizado de las explotaciones vitícolas.