Su padre, Heinrich Spaemann (1903-2001), era historiador del arte, y había sido redactor de los Cuadernos mensuales socialistas.
[2] Tras la temprana muerte de su madre, su padre fue ordenado sacerdote en 1942 por el Beato Clemens August Graf von Galen, obispo célebre por su abierta y valiente oposición al nazismo.
Con todo, nunca se consideró «pacifista» en el sentido que se dio a esta expresión en los años sesenta —de hecho, admiraba a grandes militares europeos como Carlos Martel, Don Juan de Austria, el Príncipe Eugenio o Jan Sobieski—.
Sin embargo, el nazismo se le presentó siempre como un régimen perverso.
Y para su descargo añadí: en mi poder esa información no tuvo consecuencias inmediatas.
[4] Al terminar sus estudios de licenciatura inició el doctorado con Joachim Ritter y, como asistente suyo, formó parte del llamado Collegium Philosophicum o Ritter-Schule, un seminario en el que trabó amistad con intelectuales como Hermann Lübbe, Odo Marquard, Günther Rohrmoser o Ernst-Wolfgang Böckenforde.
Aunque se opuso abiertamente a los estudiantes revolucionarios, su trato con ellos fue muy cordial y respetuoso.
Permaneció en dicha cátedra hasta 1992, año en que se jubiló y fue nombrado emérito.
En Múnich, Spaemann encontró la estabilidad académica precisa para formar a algunos profesores como Reinhard Löw, Thomas Buchheim, Rolf Schönberger o Walter Schweidler.
Historia y redescubrimiento del pensamiento teleológico (reeditado en 2005 con el título: Natürliche Ziele, o Fines naturales).
Muy cerca de su jubilación, en 1989 publicó Felicidad y benevolencia,[19] su gran obra dedicada a la ética.
Dicha conexión se halla —afirma Spaemann— en la apertura benevolente al ser, en el «reconocimiento de la realidad», que propiamente constituye, al mismo tiempo, la base de todo deber y el interés fundamental del hombre.
De un lado, esta apertura benevolente configura la vida virtuosa o el ordo amoris del que hablaba San Agustín, y da forma a la eudaimonia o «vida lograda».
Pero, ¿por qué hemos de fundar nada, si estamos mejor sin fundamentos ni justificaciones?
No hay ética sin metafísica.»En otro pasaje de Felicidad y benevolencia, Spaemann explica la misma idea recurriendo a los relatos del pecado original y del fratricidio de Caín, en el Génesis.
Los dos polos opuestos de la vida moral residirían, en este sentido, en la «curvatio in seipsum», el repliegue egoísta sobre el propio yo; y la apertura benevolente al ser, cuya máxima expresión se hallaría en la gratitud religiosa.
Pero los que sueñan vuelven al suyo propio», gustaba de repetir citando a Heráclito.
[23] A este estudio siguieron varios escritos y recopilaciones de artículos más breves, como El rumor inmortal.
[27] Creyente piadoso, la obra de Robert Spaemann fue muy apreciada por San Juan Pablo II y por Benedicto XVI, con quien cultivó una gran amistad.
Junto con filósofos, intelectuales y científicos como Paul Ricoeur, Emmanuel Lévinas, Ralf Dahrendorf, Charles Taylor, Bernard Lewis, Hans-Georg Gadamer, Carl Friedrich von Weizsäcker o Ernst-Wolfgang Böckenförde, participó en los encuentros de intelectuales auspiciados por Juan Pablo II en su residencia de verano en Castel Gandolfo.
Este diálogo le llevó a completar una obra extensa y profunda que, en multitud ensayos, abarca numerosos temas, en especial de filosofía práctica.
No es casualidad, sostiene, que desde la lógica del puro poder, el propio Bacon afirmase que «la indagación de las causas finales es estéril y, como una virgen consagrada, no produce frutos».
[35] El rechazo del padre del cientificismo al conocimiento teleológico no se debería en absoluto, por consiguiente, a una conclusión científica, sino a un desinterés por todo aquello que no reportase utilidad.
Este interés tiene por objeto lo que los estoicos denominaban oikeiōsis, «enraizarse», «familiarizarse», «hacerse un hogar».
Spaemann intervino ampliamente en el debate público, normalmente provocado por opiniones que consideraba erróneas y merecedoras de réplica.
Las posiciones que fue manteniendo hacen imposible encajarlo en una férrea lógica de partido.
Así, por ejemplo, en los debates sobre el armamento nuclear defendió en los años cincuenta, junto con Ernst-Wolfgang Böckenförde, la no proliferación;[39] y, más adelante, cuando la Unión Soviética poseía un arsenal nuclear, se mostró crítico con los pacifistas que abogaban por el desarme —entre ellos su amigo, el escritor y Premio Nobel Heinrich Böll, con quien mantuvo un intercambio epistolar a este propósito—,[40] justamente por los peligros para la paz que, a su juicio, entrañaba esa postura.
[47] En este sentido, se mostró muy preocupado ante algunas actitudes y ambigüedades doctrinales del Papa Francisco, y en su última entrevista pública alertó de que «la unidad de la Iglesia se funda en la verdad».
[48] Muchas de sus intervenciones sobre cuestiones éticas polémicas han sido recogidas en su obra: Límites.