[8] Ese mismo año dirigió sus armas contra los eslavos del Elba, a los cuales venció en la batalla de Recknitz, acción que impulsó la expansión germánica hacia el este.
En 961, vinculó a su hijo Otón II al poder, según el procedimiento iniciado por su padre Enrique, para garantizar una sucesión poco conflictiva.
Poco después atendió la petición de ayuda del papa Juan XII y marchó a Italia para defender los derechos del pontífice frente a las intromisiones de Berengario.
[7][7] Pero la alianza con el papa duró poco, ya que este pronto cambió sus ideas políticas.
Tras una nueva campaña en 966, Otón I consiguió por fin afianzarse y que su hijo fuese nombrado emperador.
El antagonismo entre papas y emperadores subsistió avivado por la pretensión imperial, resistida por el pontificado, de sojuzgar a Italia.
Durante un siglo, la elección imperial recayó en esta familia, a la que pertenecieron Enrique IV, el emperador humillado en Canossa, y Enrique V, quien celebró con la Iglesia el concordato de Worms.
Aunque Otón había instalado a los margraves Hermann Billung y Gero en las fronteras norte y noreste de su reino, el Principado de Hungría al sureste era una amenaza permanente para la seguridad alemana.
La inesperada llegada de Conrado animó tanto a los guerreros que quisieron atacar inmediatamente al enemigo.
"[13] Los húngaros cruzaron el río y atacaron inmediatamente a los bohemios, seguidos por los suevos al mando de Burchard.
Una vez cumplida con éxito su misión, Conrado regresó a las fuerzas principales y el rey lanzó un asalto inmediato.
[17] Aunque la batalla no fue una derrota aplastante para los húngaros, ya que Otón no pudo perseguir al ejército que huía hasta tierras húngaras, la batalla puso fin a casi 100 años de invasiones húngaras en Europa occidental.
Una embajada eslava ofreció pagar un tributo anual a cambio de que se les permitiera autogobernarse bajo el dominio alemán en lugar de ser gobernados directamente por los alemanes.
Las victorias sobre húngaros y eslavos sellaron su dominio sobre Alemania, con los ducados firmemente sometidos a la autoridad real.
La compilación del Pontifical romano-germánico, como se le llama actualmente, fue supervisada por el arzobispo Guillermo de Maguncia.