Apunta Graciela Kartofel: Marysole pertenece a una familia de creadores que han dejado su huella en la poesía, la arquitectura y la pintura.
Raquel Tibol, Antonio Rodríguez y Teresa del Conde, en particular, han abordado en interesantes publicaciones la trayectoria familiar en la que Marysole, inserta por tradición, responde a necesidades estéticas de una genealogía eminentemente creativa.
Entre sus obras se pueden destacar, por su técnica distintiva, los óleos con espátula, tallas en madera y grabados policromáticos.
La fraternal comunión con el desamparo de los bajos fondos se manifestó en una pintura rigurosa y contundente.
El dibujo, el color y la composición demostraron que había iniciado una auténtica preocupación de la artista por su individualidad creativa.
La entrada a los años setenta fraguó en ella, con la exposición Intenciones y hallazgos, una búsqueda que acabó por delatar los laberintos de la conducta humana en su espacio cotidiano.
Aquí radica precisamente lo universal de la autora para abordar complejas temáticas con una mirada plenamente involucrada en sus circunstancias.
La montaña es una serie que despliega sus trazos con espátula para retratar los escenarios naturalistas con fuerza telúrica en el color, como sugiere Raquel Tibol.
Piezas movibles de hierro esmaltado y policromado se articulan como objeto artístico e invitación a lo táctil.
Encontramos así en su estudio de Tepotzotlán tallas en madera –libros, formas geométricas, estilizaciones- que han quedado plasmadas en plata sobre gelatina.
Aguafuerte, buril o puntaseca acompañan a los personajes y paisajes urbanos en la trayectoria de Marysole.
Otra vez multitudes o montañas silenciosas plasmadas con ayuda del tórculo y la prensa.
La mayoría de los personajes están observados por detrás, como si la artista quisiera sorprender lo que no se disimula.
El rostro puede ser una máscara, pero en el cuerpo, en las actitudes involuntarias que éste asume cuando no se sabe observado, su verdad asoma [...].