[4] Se instaló en Pamplona en un edificio ubicado entre las calles Chapitela y Mercaderes, del que tomó en arriendo "los cuartos bajos" y una "botiga" (tienda) situada enfrente por los que pagó 40 ducados anuales.
Al cabo de quince años, en 1733, actualizó el arriendo y se hizo con tres botigas y buena parte del edificio; en consecuencia, la renta subió a 131 ducados anuales.
Pero no los pagó en su totalidad pues subarrendó al menos una vivienda, por la que percibió 24 ducados.
Al parecer fue una mujer especialmente devota, ya que perteneció a cuatro cofradías.
A su marido le dejó «todos los bienes, imprenta, oro, plata y muebles».
Fue enterrado en el convento de los franciscanos con la que había sido su primera esposa.
Finalmente los jueces declararon heredera única a la viuda, María de Lizasoain.
José Botaya, también aragonés, prestó sus servicios hasta que se estableció por cuenta propia.
Como "criados" del taller aparecen Andrés de Tortosa, Juan Camín, Pedro Berástegui y Francisco Estruel, que posteriormente pasaron a otros talleres, siempre como asalariados.
En 1740 empleó a tres “criados”, aunque no se precisan sus nombres, que manejaron las “prensas para todo género de impresiones”.
José Joaquín Martínez trabajó desde 1715, cuando se instaló por poco tiempo en Viana, hasta su muerte en 1741.
Por el contrario, a partir de 1726 y hasta 1739, durante casi tres lustros la imprenta produjo libros sin interrupción.
La relevante actividad del taller de José Joaquín Martínez alcanza su mayor ritmo en los años 30.
Todas, a excepción de dos ediciones del Libro Cuarto —gramática latina— del jesuita Bartolomé Bravo (1719 y 1727), se refieren a temas religiosos, de devoción popular, con una venta masiva y constante.
Como Martínez no encontró un avalista del contrato, posiblemente por presión de sus colegas impresores, la Diputación renunció a este requisito con la condición de no pagarle hasta que recibiera los ejemplares impresos.
Esto supuso un grave quebranto para Martínez, que debería adelantar el coste de materiales y salarios.
El papel, como era práctica habitual, sería por cuenta del contratante —la Diputación—, que a cada resma (500 pliegos) añadiría una "mano muerta" (25 pliegos) para destinarla a pruebas de imprenta y correcciones.
[13] Este había planteado dos leones flanqueando el escudo pero la Diputación le ordenó sustituirlos por cornucopias, como alegoría de la prosperidad.
Si no lo localiza ella pagará al maestro todo lo que este había gastado en manutención.
Concluido este periodo el maestro “le dará su vestido entero de aprendiz en la misma conformidad que se ha dado y da en dicho oficio de libreros sin cobrar cosa alguna”.
Estas publicaciones se venderían masivamente en la misión que en ese mismo año el afamado Pedro de Calatayud predicó en Pamplona.
Para resolver esta situación, José Joaquín Martínez escribió varias cartas a Pedro de Calatayud “suplicándole le favoreciese”.
Sin embargo, este tipo de ventas tenía sus dificultades, causadas, como se ha explicado, por la normativa restrictiva del comercio exterior y por los intermediarios sin escrúpulos que en ellas participaban.
El cobro del producto de las ventas en Valencia también tuvo dificultades y acabó en los tribunales, que tardaron en resolver el pleito quince años: el Consejo Real de Navarra falló en 1750 a favor de José Joaquín Martínez, cuando este había muerto hacía nueve años.
Este, al cabo de siete meses contestó a Villafañe que “por sus ocupaciones no puede hacer dicha reimpresión” y, mediante documento notarial, le devolvió la documentación recibida sobre los derechos de publicación.
Cuatro años más tarde salió en Madrid, en la imprenta de Manuel Fernández, la "segunda impresión aumentada por su autor" del Compendio histórico.
A juzgar por el considerable número ejemplares conservados y su amplia distribución por España, debió de tener más aceptación que la primera.