Posteriormente se trasladó al Cuzco para estudiar Leyes y Cánones en la Universidad de San Antonio Abad.
Cuando el arzobispo Las Heras se vio obligado a dejar el país acosado por la persecución antiespañola desatada por el ministro Bernardo de Monteagudo, Benavente lo acompañó hasta el puerto de Chancay, donde el arzobispo se embarcó rumbo a España.
Las Heras le agradeció el obsequio, y a su vez, se quitó el anillo que llevaba en el dedo y se lo dio, diciéndole: «Toma, hijo mío, este anillo, que un día llevarás honrosamente en la mano».
Ya por entonces la Santa Sede había transado el patronato nacional con el gobierno peruano.
Como preparación al mismo, en la catedral se realizaron algunas funciones religiosas, durante las cuales destacó el clérigo y orador sagrado José Mateo Aguilar.
[7] En su tiempo llegó a Lima la noticia de que el papa Gregorio XVI ordenaba proceder a las beatificaciones de Fray Juan Masías y Fray Martín de Porres, figuras venerables que vivieron entre el siglo XVI y el siglo XVII en el Perú; el primero había nacido en España y el segundo fue un mulato criollo natural del Lima.
El mismo doctor Dunglas procedió a drenar la materia infectada y el arzobispo se recuperó nuevamente.
Pero se buscó otra opinión profesional y allí fue cuando intervino el doctor José Manuel Valdés, que era toda una celebridad médica de la época.
Valdés no dio marcha atrás y en total se hicieron al paciente tres sangrías.
Detrás de esa intransigencia rebosaba una rivalidad entre los médicos nacionales y extranjeros.
Como última opción se le permitió a Dunglas proceder con su tratamiento, pero ya era demasiado tarde.
Dunglas dejó un opúsculo donde detalla todo el proceso clínico de monseñor Benavente, hasta su fallecimiento y autopsia.
La oración fúnebre la pronunció Francisco Orueta y Castrillón, entonces cura de Chiquián.