La liturgia del Adviento cristiano comenzó a moldearse en Galia e Hispania ya a fines del siglo IV y durante el siglo V, como preparación ascética para la celebración de la Navidad.
[2] En el mismo siglo aparece la asociación del tiempo de preparación para la Navidad con notas de índole social, vinculando este período con la práctica del amor al prójimo, con énfasis en los peregrinos, viudas y pobres:[2]
[2] La expresión latina adventus Domini («venida del Señor») se encuentra en el Sacramentario gelasiano (Sacramentarium Gelasianum),[Nota 2] que hace referencia al Adviento como un tiempo de seis semanas preparatorio de la Navidad.
A partir del Concilio Vaticano II, se produjo una variación notable de la liturgia de la Iglesia católica tendiente a enriquecer el tiempo del Adviento con textos bíblicos diferentes en distintos años calendario.
Se trata de las lecturas que se integraron a la liturgia a partir del llamado Misal de Pablo VI o Misal del Vaticano II.
Sucesivamente se encienden los restantes cirios, uno nuevo en cada uno de los siguientes domingos, el primero morado, el segundo morado, el tercero rosado en memoria del domingo de Gaudete y el cuarto de color morado, hasta que en el domingo previo a la Navidad se encienden los cuatro cirios.
[9] La costumbre se observa tanto en reuniones familiares como en servicios litúrgicos públicos.
Hay una pequeña tradición de Adviento: a cada una de esas cuatro velas se le asigna una virtud que hay que mejorar en esa semana, por ejemplo: la primera, el amor; la segunda, la paz; la tercera, la tolerancia y la cuarta, la fe.