Por esta razón la obra contiene a partes iguales aventuras picarescas y comentarios de índole moralizante a cargo del narrador adulto, que se distancia e incluso reprueba su vida pasada.
Así sucede con el carácter del protagonista, un antihéroe cuyos orígenes están presididos por la infamia y que sale de su hogar para servir a muchos amos en una estructura itinerante de episodios en sarta.
De este modo, la narración se concibe como una «confesión general» (II, I, 1), y pese a toda la malignidad con que se conducen los hombres, siempre queda la posibilidad del arrepentimiento, que Guzmán hace efectivo al final de la misma (II, III, 8).
Entre los primeros se cuentan no solo la trayectoria personal del pícaro, sino que se entremezclan diversos cuentos, chistes y anécdotas populares (las «consejas» según la declaración en el prólogo «Al discreto lector» de la obra: «Haz como leas lo que leyeres y no te rías de la conseja y se te pase el consejo»), entre las que se incluye la novela morisca Historia de Ozmín y Daraja; por lo que respecta a la materia didáctica, se encuentran admoniciones moralizadoras (el «consejo»), que incluyen todo tipo de digresiones críticas, satíricas o morales en forma de reflexiones que van desde el género del sermón de la oratoria sagrada hasta la sentencia o máxima.
La moral e muy graciosa historia del Momo: compuesta en latín por el docto varón, León Baptista Alberto, Florentín (Alcalá, Juan Mey, 1553).
El grabado de su retrato muestra a Mateo Alemán con la mano izquierda apoyada en un libro en cuyo lomo aparece la abreviatura Cor.
En la misma línea, sigue el sevillano toda la tradición lucianesca española, desarrollada fundamentalmente en la primera mitad del siglo XVI por el humanismo erasmista, si bien toda esa corriente está canalizada a través del Lazarillo.
Así pues, un estilo multiforme, adecuado a cada contexto, situación y personaje, dotado de múltiples recursos, informa esta obra híbrida.
En la primera edición, la reproducción procede del grabado en cobre y en las otras dos, de un molde xilográfico en madera.
Atribuida al librero Juan Martínez y el impresor Francisco Sánchez, en realidad corresponden a Miguel Martínez y Francisco López, conocidos «mercaderes de libros» que ponían en el mercado a menudo este tipo de ediciones piratas.
En el año 1600 aparecen nueve ediciones fraudulentas más, lo que da fe de su fulgurante éxito editorial.
[7] Samuel Gili Gaya hizo una edición anotada en cuatro volúmenes primero para la editorial La Lectura (1926-1929), que luego pasó a la colección Clásicos Castellanos (1972-1973) de Espasa-Calpe.
Después las ediciones críticas más autorizadas son las de: Otros hispanistas han editado después la obra: Benito Brancaforte, Florencio Sevilla Arroyo, Rosa Navarro Durán, Luis Gómez Canseco y Pierre Darnis.