Inquisidor general
El primero y probablemente el más famoso fue Tomás de Torquemada, religioso dominico.A partir de ese momento el inquisidor general podía actuar sin estar mediatizado por Roma.El inquisidor general era en realidad un cargo de la monarquía más que una dignidad eclesiástica, pero el rey no podía destituirlo, porque no dejaba de ser un delegado papal, y si el cargo quedaba vacante los tribunales provinciales no podían actuar.Precisamente, el presbítero canario Cristóbal Bencomo y Rodríguez quién fue confesor del Rey Fernando VII de España[2] y Arzobispo titular de Heraclea, fue propuesto por el propio Rey como Inquisidor general de España (cargo rechazado por el mismo Bencomo).[3] Esto se debió entre otras cosas a que Bencomo entendía que tras la Constitución de Cádiz, el Santo Oficio era una institución llamada a la desaparición, pues no contaba con la simpatía de la mayoría de los estamentos seglares y eclesiásticos.