Así pues, el recién licenciado Moreno Barberá recaló durante la Segunda Guerra Mundial en un ambiente mucho más avanzado en materia arquitectónica, donde pudo ampliar sus conocimientos de urbanismo en la Technische Hochschule Charlottenburg de Berlín y, al año siguiente, en la Technische Hochschule de Stuttgart bajo la tutela del profesor Paul Schmitthenner.
[4] De este aprendió el valor de la “norma” en la redacción del proyecto y la importancia de la técnica y los materiales, que pueden convertir un mismo proyecto en algo totalmente distinto; en adelante, Fernando Moreno Barberá entenderá cada nueva construcción como una posibilidad para reflexionar sobre las ideas y soluciones ya vertidas sobre edificios anteriores; no en vano, se expresó en estos términos:
Pese a su edad, este todavía gozaba de una reputación suficiente como para criticar los planteamientos de la efectista arquitectura nazi, argumentando que contenido y forma deben coincidir, representar en sí es absurdo.
Bien es cierto que el proyecto de Moreno Barberá guardaba ciertas reminiscencias hacia su maestro, pero demostraba ya su total comprensión del funcionalismo y su verosimilitud en el contexto madrileño: mantuvo algunas referencias al academicismo del Régimen, depuradas y sin ornato excesivo, solamente en las partes más representativas como el acceso principal, las oficinas y los laboratorios; el resto del conjunto, de características más industriales, se resolvía con un discurso libre de la imposición historicista, aportando nuevos materiales para sustituir los enormes bloques de piedra por lienzos acristalados y concibiendo las distintas estancias como paquetes funcionales, algo que mantendrá siempre en la organización de sus espacios.
En 1959, Fernando Moreno Barberá fue pensionado por la International Corporation Administration en el marco de los planes de ayuda americana al desarrollo y la formación de técnicos en Estados Unidos,[29] donde contactó con Mies y con Neutra, estudiando su arquitectura y regresando a España dispuesto a dar un significativo quiebro a su producción.
[33] Pero destaca por encima de todo lo demás la introducción del patio como elemento indispensable en la distribución interna, tanto horizontal como vertical, que ya utilizaría con recurrencia en toda su obra de ese momento y posterior.
La “arquitectura corporativa” había surgido, primero en Mies van der Rohe y después en los despachos de Skidmore, Owings and Merrill, entre otros, como solución a las crisis que empezaban a afectar de forma cada vez más clara al Movimiento Moderno.
Moreno Barberá ya había ido asumiendo todo ello y poniéndolo en forma en diversos proyectos, como el almacén frigorífico para la empresa Interfrisa (1960-1963) en Barcelona o en la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Córdoba (1964-1970), pero en los años setenta cristalizó en un modelo que luego exportaría en sus últimas obras.
Durante estos años, entre 1971 y 1972, retomó también su labor como docente, esta vez encargado de la Cátedra de Proyectos III en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, demostrando la importancia que concedía Moreno Barberá a la formación y cerrando así el círculo que una vez empezó con Paul Bonatz en Alemania[44]… Desde mediados de la década de 1970 Fernando Moreno Barberá planteó proyectos a gran escala para otros países al igual que ya habían ensayado otros grandes nombres del Movimiento Moderno, una práctica que terminó por cuestionar la universalidad del denominado Estilo Internacional y derivó en posiciones cada vez más divergentes y radicales[46]… hasta la disolución del Movimiento.
Ello no significa, en ningún caso, que dejara de construir en España.
Tal vez por la carencia de un gran fotógrafo que transmitiese sus obras,[47] por el silencio crítico e historiográfico hasta principios del siglo XXI o, con toda probabilidad, por una lectura muy personal del Movimiento Moderno al margen de las tendencias puntuales que atravesaron las escuelas españolas, lo cierto es que se le había relegado al olvido.