Siempre deja un espacio de veladura para la sugerencia, para el descubrimiento, para hacer posible una interpretación más rica.
Proyecta su concepción de edificios con materiales como sucedía con Ludwig Mies van der Rohe,[1] ello le permitió olvidar la arquitectura y detener la forma en la construcción.
Pero Alejandro va un poco más lejos ya que retuerce los materiales, convierte una cuerda en paraguas.
Para Alejandro la arquitectura no se aprendía soluciones y toma como referencia a Le Corbusier[2] en el que decía que “lo que se puede enseñar no merece ser aprendido” es decir, debía de ser necesario hacerse a uno mismo y prepararse profundamente para que en el momento de buscar soluciones saliesen con naturalidad Uno de los aspectos a tener muy en cuenta es su concepción de la arquitectura como divertimento, con su arquitectura, De la Sota busca sorprendernos y sorprenderse él mismo con el resultado renunciando a lo ya sabido.
En la construcción de sus pensamientos siempre hay algo que provoca sorpresa.
Representa todo un programa de necesidades mixto, se descompone en bloques según el uso y contiene ejes obligados que es la parte más destacada.
Intentó, sin éxito, construir este mismo proyecto en un emplazamiento más lógico.
En la planta baja predomina un gran vestíbulo, guardia, con independencia comisión provincial de urbanismo, amplio local disponible.
En conclusión este edificio representó en la fecha en que se proyectó y construyó, un gran avance arquitectónico.
La planta del poblado presenta calles con separación funcional para personas y animales, más tarde para maquinaria.
El trazado es rígido, porque Esquivel nació de una vez, además, sobre un terreno llano con orientación simétrica respecto a la carretera.
Se desarrolló su plaza en abanico hacia la carretera de Sevilla a Lora.
La iglesia, por su mayor importancia con formas simplistas, modernas, con elementos como la cal y barro.
Hay una serie de elementos secundarios en Esquivel: Un cine al aire libre, una taberna- casino, bancos, paseos, fuentes....
La fachada a la calle del Prado, en la que se sitúa la entrada a las viviendas, presentaba un paño acristalado, hoy prácticamente perdido, que ocupaba una doble planta y resolvía la ventilación con gran delicadeza al colocar bajo el remate de las vigas de canto dos delicadas lamas de vidrio oscilante.
La composición del conjunto se fundamenta en la comunicación de dos bloques mediante un pasadizo subterráneo; uno, el de mayor volumen, que presta su carácter al Colegio, está concebido de forma clásica, albergando la biblioteca en planta baja y semienterrada sobre la que se levantan en sus extremos dos torres simétricas que agrupan los dormitorios en torno a sendos núcleos de comunicaciones, coronándose ambos por el cuerpo del gimnasio, ligero y acristalado, que las enlaza por arriba en una imagen global que recuerda a un arco de triunfo.