Esquema del psicoanálisis

Esquema del psicoanálisis es una obra póstuma e inacabada de Sigmund Freud escrita en 1938 y publicada en alemán en 1940 con el título Abriss der Psychoanalyse[1]​[2]​ en Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse-Imago (volumen 25, número 1, páginas 7-67).

[1]​ Bajo el nombre de An Outline of Psycho-Analysis,[2]​ fue traducida al inglés por James Strachey ese mismo año,[1]​[2]​ versión que vio la luz en el International Journal of Psychoanalysis (volumen 21, número 1, páginas 27-82).

[1]​ La obra está incluida en el tomo XXIII de las Obras Completas de Amorrortu Editores (traducción de José Luis Etcheverry), a saber, Moisés y la religión monoteísta, Esquema del psicoanálisis y otras obras (1937-1939), en el que aparecen también “Análisis terminable e interminable” y “La escisión del yo en el proceso defensivo”.

Según Ernest Jones, Freud habría comenzado su redacción en Viena en abril o mayo de 1938.

Su redacción se vio interrumpida por una cirugía seria a principios de septiembre[3]​ y su posterior fallecimiento en 1939.

Pese a ser un texto claro y conciso, contiene algunos pasajes apenas comprensibles para los no iniciados.

Strachey informa que Freud no le había puesto título a la primera parte de la obra y que los editores alemanes la habían bautizado “Die Natur des Psychischen”, esto es, “La naturaleza de lo psíquico”.

Él, en cambio, en su traducción al inglés adoptaba un título “algo más general” (“La psique y sus operaciones”).

[15]​ Freud designa con el nombre de cualidades psíquicas a lo consciente, lo inconsciente y lo preconsciente.

Al comienzo de la vida, el aparato psíquico solo cuenta con un ello y son los estímulos procedentes del mundo exterior los que terminan por alterar aquel sector suyo que acabará convirtiéndose en el yo.

Este habrá de incorporarse algunos de los contenidos originariamente pertenecientes al ello, traspuestos ahora al estado preconsciente, mientras que otros materiales se convertirán en el núcleo del ello, conservando su carácter inconsciente y su inasequibilidad.

Sin embargo, el desarrollo del yo está marcado por la cesión a lo inconsciente de contenidos que ya había asimilado, y también ante algunas nuevas impresiones se retirará dejándoles la posibilidad de imprimir una huella únicamente en el ello.

[18]​ Los sueños, que Freud reconoce como actos psíquicos, constituyen un privilegiado objeto de estudio para la indagación psicoanalítica.

[23]​ Las normas que regulan el acaecer inconsciente son fundamentalmente dos: condensación y desplazamiento.

Afanes y tendencias antagónicos conviven allí a veces sin suscitar el menor conflicto por no influirse recíprocamente, otras provocando uno en el que, sin embargo, no se toma partido por ninguna opción en particular, sino que estas se funden en un compromiso de la más absurda constitución por poner lado a lado exigencias inconciliables.

Esto guarda estrecho vínculo con que los opuestos, lejos de mantenerse apartados, son tomados como si fueran una y la misma cosa: así, cada elemento del contenido manifiesto del sueño puede figurar precisamente a su contrario.

Tales asociaciones permitirían recuperar los eslabones faltantes para que, partiendo del contenido manifiesto, pueda colegirse el latente.

Su actividad se ve cercenada por las restricciones superyoicas y sus esfuerzos se dilapidan en interminables luchas contra el ello, cuyas constantes intrusiones menoscaban su organización y lo escinden intestinamente, escisión que fue objeto de su propio artículo por parte de Freud.

[31]​ El analista se procura para sí la potencia del superyó del enfermo y se incita al yo librar batalla frente a cada reclamo pulsional, aniquilando las resistencias, hasta llegar a que lo que había sido reprimido trueque su condición por la de lo preconsciente y sea restituido al yo.

Cobran entonces gran significatividad contingencias tales como el abuso sexual perpetrado en esos años por adultos, una seducción por un niño algo mayor, como pudiera ser un hermano, y el tomar conocimiento, sea visual o auditivamente, de relaciones sexuales entre los padres.

Estas experiencias a menudo atizan la sensibilidad sexual del niño, de cuyas propias apetencias concupiscentes ya no podrá sustraerse.

Para Freud, no sería poco lo que nuestro patrimonio cultural le debería a semejante coartación de la sexualidad.

Según el autor, los datos provistos por la clínica apoyarían dicha inferencia por cuanto el desencadenamiento de una psicosis suele tener lugar en ocasiones en las que la realidad objetiva se haya tornado intolerablemente desgarradora o en las que las pulsiones hayan alcanzado niveles hipertróficos.

Por consiguiente, su manera de conducirse manifiesta simultáneamente dos premisas contrarias: mientras que, por un lado, no se resignan a aceptar lo que su percepción les ha indicado (la falta de pene en la mujer), por el otro, dan crédito a ello.

Estas dos posturas “subsisten una junto a la otra durante toda la vida sin influirse recíprocamente.” En ello consiste precisamente la escisión del yo, que, por lo demás, esclarece el hecho de que a menudo el fetichismo no domine la vida sexual del individuo de manera excluyente: aun en esos casos, lo que Freud denomina “conducta sexual normal” tiene cierto espacio para desarrollarse de manera más o menos amplia, al punto que en ocasiones el fetichismo “se retira a un papel modesto o a la condición de mero indicio.” Esto revela que los fetichistas no terminan de consumar el desasimiento del yo respecto de la realidad objetiva.

Independientemente de que el esfuerzo por defenderse emprendido por el yo esté dirigido a determinada percepción del mundo exterior o a cierta moción pulsional originada en el mundo interior, nunca logra su objetivo de manera perfecta: la postura subyacente no deja de producir efectos en la vida anímica del individuo.

Afirma que tal representación conserva su validez para explicar la real naturaleza de las cosas solo hasta aproximadamente los cinco años del individuo, momento en el que sobrevendría una importante alteración, a saber, cierta porción del mundo exterior es resignado en cuanto objeto, así más no sea de forma parcial, para ser incorporada en el interior del yo mediante una identificación.

La metáfora del iceberg superpone los términos de la primera tópica freudiana ( conciencia , preconsciente e inconsciente ) y los de la segunda ( ello, yo y superyó ).
Edición en alemán de 1921 de Más allá del principio de placer , obra en la que Freud había introducido su nueva concepción del dualismo pulsional a partir de la distinción entre pulsión de vida y pulsión de muerte .
Edipo y la esfinge (1864), de Gustave Moreau . El complejo de Edipo (hito de la fase fálica , última etapa del desarrollo psicosexual infantil antes del período de latencia ), que toma su nombre de la tragedia de Sófocles , representa una de las más célebres teorizaciones freudianas.
Theodor Lipps , filósofo alemán admirado por Freud, es mencionado en el Esquema por haber sido un importante partidario de la idea de inconsciente . [ 16 ]
Edición en alemán de 1900 de La interpretación de los sueños , obra en la que Freud había diferenciado el contenido manifiesto de los pensamientos oníricos latentes
Edición en alemán de 1923 de El yo y el ello , obra en la que Freud había introducido su concepción sobre los tres vasallajes del yo, correspondientes al ello, el superyó y la realidad objetiva.
Wilhelm Roux , padre de la embriología experimental . Para dar cuenta de por qué las primeras experiencias traumáticas provocan en el yo menoscabos que dan la impresión de ser desmesuradamente profundos, Freud se vale de una analogía y recuerda los trabajos de Roux, quien había demostrado que introducir un alfiler en el cuerpo de un animal ya desarrollado no tenía las mismas consecuencias que hacerlo en un grupo de células germinales en el transcurso de la mitosis . [ 36 ]