Freud creía que si el niño padecía una frustración sexual en cualquier punto del desarrollo psicosexual, podía experimentar ansiedad y existía la posibilidad de que esta se prolongara en la edad adulta como una neurosis, un trastorno mental funcional.
Esto se debe a que los humanos son en su infancia perversos polimorfos: los niños pueden extraer placer sexual de cualquier parte del cuerpo y la socialización dirigiría los impulsos libidinales hacia la heterosexualidad adulta.
Bien es sabido, sin embargo, que es en la etapa sádico-anal cuando tales impulsos adquieren mayor vigor: la satisfacción queda entonces enlazada a la agresión y la función excretoria.
La fase fálica prefigura la conformación sexual adulta y en ella se destaca solo la función de los genitales masculinos, dado que los femeninos son aún ignotos para el niño.
[4] El primer embate pulsional llega a su punto culminante en la fase fálica, después de la cual se precipita su aplacamiento.
La definitiva conformación sexual solo se instala en la fase genital, sucesora del período de latencia, durante la pubertad.
[6] Las inhibiciones en este intrincado desarrollo se manifiestan como lo que Freud denomina “las múltiples perturbaciones de la vida sexual”, las cuales presuponen fijaciones libidinales en fases primitivas, cuyos fragmentarios afanes pulsionales querrán conquistar la satisfacción en perjuicio de la “meta sexual normal”; en esto último consistiría la perversión.
Sin embargo, una frustración en la etapa oral (excesiva o escasa gratificación del deseo) podría provocar una fijación en esta fase, caracterizada por la pasividad, ingenuidad, inmadurez y optimismo no realista, que se manifieste en una personalidad manipuladora resultante de una malformación del yo.
[cita requerida] De acuerdo a la teoría, la experiencia más importante durante esta etapa es el entrenamiento en la higiene personal.
Este ocurre alrededor de los dos años (puede haber diferencias con respecto a la edad según la sociedad que corresponda), y da como resultado un conflicto entre el Ello, que demanda satisfacción inmediata de las pulsiones que involucran la evacuación y las actividades relacionadas con ella (como el manipular las heces) y las demandas de los padres.
Si los padres ponen demasiado énfasis en la higiene personal mientras el niño decide acomodarse a esta, se puede dar lugar al desarrollo de un comportamiento compulsivo, extendiéndose a lo concerniente con el orden y la pulcritud.
Por otra parte, si el niño decide prestar atención a las demandas de su Ello y los padres acceden a esto, el niño probablemente desarrolle una personalidad tendiente al desorden e indulgente para consigo mismo.
La teoría freudiana de la sexualidad femenina ha sido duramente criticada, particularmente lo que se refiere a la envidia del pene, y por lo tanto no son antagonistas.
[20] La competencia psicosexual no resuelta por el padre del sexo opuesto puede producir una fijación de fase-fálica que dará lugar a una mujer adulta que continuamente se esfuerce por superar a los hombres (a saber, envidia del pene), o bien como una mujer extraordinariamente seductora (alta autoestima) y que coquetea, o como una mujer inusualmente sumisa (baja autoestima).
En un niño, una etapa de fijación fálica podría llevarlo a convertirse en un hombre excesivamente ambicioso y vanidoso.
Al procurarle ella con sus cuidados variadas sensaciones corporales, termina por convertirse en la primera seductora de su hijo.
El padre se convierte, pues, en un competidor del que le gustaría deshacerse.
Por lo general, el pequeño varón termina retrocediendo frente a esta gran conmoción y, para resguardar su pene, termina por abandonar más o menos completamente sus esfuerzos por convertirse en el amante de su madre.
Por el contrario, al devenir esta la única fuente de satisfacción sexual que conserva, se empeñará más energía en ella.
Para Freud, el pequeño varón se identificará en esas fantasías con su padre, pero, a su vez y acaso predominantemente con su madre.
La maduración genésica tendrá por consecuencia la revitalización de antiguas fijaciones libidinales que no han sido realmente superadas y entonces “la vida sexual se revelará inhibida, desunida, y se fragmentará en aspiraciones antagónicas entre sí.”[25] Freud aclara que, naturalmente, la amenaza de castración está lejos de producir siempre esos desfavorables efectos en el niño.
[26] Las repercusiones del complejo de castración no serían en las niñas menos profundas que en los varones, aunque sí más uniformes.
[27] En aquellos casos en los que la niña se afincara en su deseo de ser un varón, esta podría más tarde desarrollar comportamientos o elegir una ocupación típicamente masculinos, o bien adoptar una elección homosexual de objeto.
[29] Mientras que el niño desarrolla angustia de castración, la niña desarrolla envidia del pene, envidia sentida por las mujeres frente a los hombres debido a que los hombres poseen pene.
Como resultado de esta comprensión, ella dirige su deseo sexual hacia el padre.
Su eventual introducción en la heterosexualidad femenina, que culmina al dar a luz, deja paulatinamente de lado sus tempranos deseos infantiles, y su propio hijo es el que toma el lugar del pene de acuerdo a una antigua equivalencia simbólica.
La etapa genital brinda a la persona la capacidad de enfrentar y resolver sus restantes conflictos infantiles psicosexuales.
[32] Por lo tanto, la etapa fálica resultó polémica, por basarse en observaciones clínicas del complejo de Edipo.
Amplia evidencia documenta un funcionamiento del yo en infantes, incluso en los recién nacidos, contrariamente a lo que Freud sostenía.
Tal como desarrolla en su trabajo, Sexo y represión en la sociedad salvaje (1927), Malinowski encontró que los varones tenían sueños donde el blanco de los miedos no era su padre sino su tío.