El Condotiero

El Condotiero (título original en francés: Le Condottière) es una novela póstuma del escritor francés Georges Perec, escrita originalmente entre 1957 y 1960,[4]​ pero publicada en 2012 por la editorial Seuil, en su colección «Librairie du XXe et du XXIe siècles»[1]​ dirigida por Maurice Olender.

[6]​ La novela está narrada con múltiples voces, saltando de la primera persona (soliloquio) a la segunda (autointerpelación) o la tercera (narración novelesca).

[8]​ Proveniente de una familia rica[13]​ pero distante,[12]​ vivió una juventud ociosa, en la que descubrió sus habilidades para la pintura.

[13]​ En 1943 y con diecisiete años de edad,[14]​ conoció en Ginebra a Jérôme, quien se convirtió en su maestro.

Trabajaron juntos durante dos años, para luego titularse en un año como restaurador en el Instituto Rockefeller de Nueva York.

[13]​ Hace solo dos años, Rufus le presentó a Anatole Madera, quien resultó ser el verdadero jefe del negocio.

[14]​ Winckler trabajaba de incógnito, no corriendo ningún riesgo, gozando de un buen sueldo y siendo consentido con todas las comodidades; sin embargo, con el tiempo se fue dando cuenta del mundo falso, solitario y esclavizante en el que se encontraba.

Pese a su tedio, Winckler aceptó la solicitud, pero para esta ocasión se propuso crear una verdadera obra maestra,[15]​ en lugar de solo una reproducción técnicamente perfecta.

[19]​ Más tarde, el protagonista logra huir de la casa cavando un hueco en las paredes con un cincel.

[13]​ Llega a la casa de Streten, en París,[nota 1]​ en cuyo taller había trabajado con anterioridad.

El cuadro de da Messina aparece en dicha película y es mencionado en su libro homónimo, Un hombre que duerme (1967).

[6]​ Más tarde, durante una mudanza en 1966, se perdieron varios otros manuscritos, incluidos los de esta novela.

Perec creyó hasta su muerte que las copias de esta obra se habían perdido por completo.

Philippe Lançon para Libération reconoce en ella un primer intento del autor por aproximarse a lo que más adelante serían sus obras maestras.

El uso del espacio físico como «prisión mental» también se replicó en Un hombre que duerme, La vida instrucciones de uso y algunos otros relatos.