Según la tradición mítica, el calendario romano fue creado por uno de sus dos primeros reyes, Rómulo.
El mes era la fracción mayor y el día la menor, aunque después se dividió en horas.
Luego los meses seguían por orden del quinto al décimo: quintilis (julio), sextilis (agosto), septembris (septiembre), octobris (octubre), novembris (noviembre) y decembris (diciembre); seguía el mes de apertura de los trabajos agrícolas (januarius = enero) y el mes de las purificaciones (februarius = febrero).
A cada periodo de cinco años se le llamaba lustro, debido a que se hacían sacrificios (lustrum) el año después de la revisión del censo que era cada cuatro años.
Fue utilizado hasta el 46 a. C., año en el que Julio César, que en ese momento era dictador y Pontifex Maximus, decretó una reforma en el calendario, asesorado por el griego Sosígenes de Alejandría, creando el calendario juliano.
Originariamente, muchas culturas antiguas utilizaban el calendario lunar para contar el tiempo.
Los primeros meses se denominaron con un nombre derivado de la divinidad o culto al que estaban consagrados.
Los romanos distinguían cuatro estaciones, denominadas: ver (primavera), aestas (verano), autumnus (otoño) e hiems (invierno).
No numeraban los días del 1 al 31, sino que en cada mes había tres días clave: Si querían indicar una de estas tres fechas fijas, la ponían en ablativo junto con el adjetivo del mes correspondiente: Si se trataba de indicar el día anterior o posterior de las tres fechas anteriores, se ponía el adverbio pridie o postridie seguido de la fecha y del adjetivo correspondiente del mes en acusativo.
En la época imperial, estos llegaron a ser la mitad de los días del año.
Otros días de significación intermedia, en los que solo algunas cosas estaban prohibidas, eran los dies intercisi.
Los romanos no dividían el día en 24 horas o en 24 partes iguales durante todo el año.