Estos documentos constituyen un testimonio del modo en que los indígenas mesoamericanos concebían el tiempo y la historia.
Otros más se extraviaron o no sobrevivieron al paso del tiempo.
Para los tlacuilos, en náhuatl: "los que escriben pintando", era muy importante destacar el poder así como también las expresiones faciales y corporales.
Podían plasmar hombres o mujeres, ya que tenían una magnífica habilidad en el dibujo; se les adiestraba en la lengua y la cultura náhuatl hasta conocerla profundamente.
Carlos de Sigüenza y Góngora tenía en su poder varios manuscritos (códices) los cuales dono en según lo escrito en su testamento.
Los mesoamericanos desarrollaron una técnica para realizar una especie de papel con la fibra cocida del jonote o amate.
Se identificaron algunos ejemplares muy bien elaborados con fibras de agave o maguey, aunque estos ya son códices posthispánicos.
Por ejemplo, todos los códices mayas poseen un formato rectangular, cuya anchura es considerablemente menor a la longitud de las páginas.
Por otro lado, los códices mixtecos, mexicas y del grupo Borgia tienen dimensiones que se aproximan bastante a un cuadrado.
A esta categoría pertenecen todos los códices mayas y el grupo Borgia.
Son propiamente lo que los antiguos nahuas llamaron tonalámatl o libro de los días.
Entre los pueblos que poseyeron una biblioteca se encuentran: Texcoco, Tenochtitlán, Tula, Tlatelolco y Tlaxcala.
Recordemos que el clero controlaba los recintos documentales en la Nueva España y llevaba el registro del pueblo.