Bruguera fue una editorial española, originalmente radicada en Barcelona, que se dedicó sobre todo a la producción de literatura popular e historietas.
Creada en 1910 como El Gato Negro, se reconvirtió en 1940 y llegó a poseer, como indica Jesús Cuadrado: A pesar de su disolución en 1986 y su breve relanzamiento como sello editorial dentro del Grupo Zeta en 2006 en territorio español, la única sede que ha mantenido su fondo de literatura —principalmente western— vigente y en circulación es Bruguera Mexicana, S.A. de C.V., dirigida por Pedro López López desde 1981.
Por parte española y tanto en las historietas como en la ilustraciones de los folletines, destacaron autores como Donaz, Arturo Moreno, Niel, Robert, Urda o Vinaixa.
Desde mediados de los años 60, lanzó nuevas revistas como Din Dan (1965), Bravo (1968) y Gran Pulgarcito (1969), en las que ya es patente la influencia de la televisión e incorpora series francobelgas como Astérix el Galo o Blueberry.
Triunfó siempre sobre la competencia, representada por revistas de breve vida como Gaceta Junior (1968), Strong (1969) o Trinca (1970).
[8] En el terreno de la literatura, y perdidos sus litigios contra Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía en 1974,[1] comenzó a editar a autores como Jorge Amado, Jorge Luis Borges, García Márquez, Juan Marsé o Juan Carlos Onetti.
[1] Tras este proceso, la única filial que se mantuvo fue Editorial Bruguera Mexicana S.A. de C.V., dirigida por Pedro López López desde 1981, y quien años antes lideró Círculo de Lectores, compañía filial del grupo mediático alemán, Bertelsmann.
Bruguera Mexicana hasta la fecha circula su fondo en el mercado latinoamericano y estadounidense, enfocado principalmente en el género literario vaquero (o “Western”), cuyo más prolífico autor para habla hispana fue sin lugar a dudas, Marcial Lafuente Estefanía.
Dirigidos por Rafael González Martínez, estos dibujantes lograron configurar un estilo fácilmente reconocible, a medio camino entre el entretenimiento infantil y el costumbrismo satírico.
La editorial poseía imprenta propia y una articulada red de distribución, por lo que eclipsó a la competencia.