Sor María Teresa llevaba algún tiempo realizando gestos y acciones impulsando una religiosidad extrema, aleccionada por su confesor, fray Manuel del Val.
La monja y su confesor eran vistos a menudo riéndose, compartiendo bebidas, acariciándose o pasándose tabaco, acciones que se intensificaron tras ser nombrada abadesa.
[2] En contraste, su fama de virtud se extendió fuera del convento y numerosos borjanos acudían a que bendijese sus rosarios.
Después saldría a colación que cuando sor María Teresa y fray Manuel del Val comenzaron a relacionarse, ella tenía dieciocho años, «era y de presente es la de mejor parecer que ay en dicho convento», y él tenía veintiocho.
Mañas continuó tomando las declaraciones siguiendo las instrucciones del Santo Oficio y en presencia del notario y canónigo doctoral de la colegiata, Tomás Gallego.
Entre aquellos que defendían y difundían la fama de santidad de la clarisa estaban su hermano, José Longás, racionero de la colegiata; su tío materno, Manuel Pascual, monje del monasterio de Veruela; su padre, el doctor Tomás Longás; naturalmente fray Manuel del Val; y la hermana, sor Ana María Longás, desde el interior del convento.
Sor Teresa Sallent, vecina de celda de sor María Teresa, afirmaba que oía a menudo los rezos, mortificaciones corporales con cilicios y disciplinas, ayunos y éxtasis en los que se mostraba «con el rostro mui encendido y los ojos como elevados».
Sor María Teresa y fray Manuel del Val trataron de convencer a Manuela González Castejón que el empeño de sus joyas había sido autorizado por su esposo sin su conocimiento.
A ello se unió una carta Pedro Longás, hermano de la encausada, que lamentaba la poca discreción del doctor Gállego.
Sor María Teresa inicialmente no fue apresada, pero fray Manuel del Val, que en ese momento contaba la cuarentena, no corrió la misma suerte, ya que era conocido como ocioso, jugador de cartas y caprichoso.
Fue trasladado al palacio de la Aljafería y se le interrogó en enero y julio de 1702, donde «traicionó» a su hija espiritual: confesó que «falta a la verdad dicha María Teresa».
[2] En 1705 se revisaron los últimos flecos del caso, en los que surgió un posible aborto.
Al parecer la tal supuesta doncella era una de las hijas del médico, sor Catalina de Rada, que cuando se ordenó «no retenía el claustro virginal».
Los escritos que había dejado fueron destruidos por sus afirmaciones temerarias y escandalosas, incluso rozando la herejía.
Posteriormente se afirmó que la locura era fingida, pues era «muxer de mucho arte».