Sepultura

Algunas culturas, como la egipcia, sepultaban a sus muertos con todas sus posesiones terrenales, pensando que las necesitarían en el más allá.

El relleno se puede dejar al nivel del suelo o en un montículo.

Las lápidas son las más conocidas, pero se pueden complementar con bordes decorativos, piedras para los pies, postes para sostener artículos, una cubierta sólida u otras opciones.

Los Cristianos, desde el nacimiento de la Iglesia no han tenido otro uso durante muchos siglos.

Y como no se guardase esta ley, Antonino Pio prohibió por otro rescripto enterrar los muertos dentro de la Ciudad.

Entonces los Emperadores quisieron ser inhumados en la puerta de la Iglesia quedando reservado el interior para los Santos.

Desde los primeros siglos de la España Cristiana se opusieron nuestros Padres a este abuso.

Dicen aquellos Padres: Lo mismo mandaron los Concilios que se tuvieron en los siglos posteriores.

El mismo pone un Decreto perteneciente al respeto y reverencia de los Cementerios.

Dice aquella Asamblea: En el siglo XVI se hicieron varios reglamentos para mantener este punto de disciplina.

El célebre restaurador de ella San Carlos Borromeo hizo esta Constitución.

Empezando por Alemania, la Emperatriz María Teresa intentó instruir a sus vasallos sobre los males que ellos mismos se causan por la obstinación en querer enterrarse en las Iglesias.

Previene también en su Decreto que los cadáveres sean llevados a la Iglesia donde se cantaría la Vigilia y Misa quedando depositados allí hasta la noche en que se conducirán a los nuevos cementerios para darles sepultura.

Este reglamento ejecutado en Viena, se puso en práctica en otras partes de Hungría, como Presburgo, Buda, y se transfirieron sus cementerios extramuros y no consintieron enterrar a nadie dentro de las Iglesias.

Dice un concilio: Los piadosos monarcas españoles también han prohibido por sus reglamentos los gastos superfluos en los funerales.

Una sepultura con un sarcófago abierto en su interior. El sarcófago se usará como receptáculo del féretro en el que reposará el fallecido.