Saturnino Herrán

Sus pinturas son reconocidas por abordar mitos prehispánicos así como escenas de clases populares e indígenas.

Asimismo, Don José se caracterizaba por ser un inventor y literato espontáneo; invertía parte de su tiempo construyendo artilugios mecánicos, los cuales no tuvieron suficiente éxito, como lo indica Federico Mariscal.

En 1907 pinta Viejo, una pintura de tinte naturalista pero con un modo expresivo y modernista.

En 1909, Herrán ya había realizado una obra alegórica con sensibilidad decadentista, Molino de Vidrio, en la que se confronta el tema del progreso asociado al trabajo con el del agobio que representa el trabajo físico de un viejo que opera una rueda de molino.

En todos estos cuadros, Herrán muestra una personalidad perfectamente definida en sus personajes, y no le interesaba perseguir arquetipos abstractos, sino pintar a hombres y mujeres específicos.

Las atmósferas en las que Herrán colocaba a los personajes era imprecisa y vaga, fuera de lo cotidiano.

Este tríptico conjuga varias tendencias del modernismo en el arte, como una representación trágica y pesimista del amor, así como una factura que se encuentra entre el naturalismo y la abstracción.

Herrán participó en dos exposiciones en la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1910, una en febrero y otra por las Fiestas del Centenario en septiembre que organizó el Dr. Atl.

En estas exposiciones, la obra de Herrán atrajo la atención del público y la crítica.

[21]​Para Fausto Ramírez, será esta etapa en la que Saturnino Herrán reafirma su personalidad artística al asimilar los modos de expresión y modelos modernistas.

El personaje aquí está en un entorno urbano, colocándolo en un lugar de enunciación concreto.

[23]​ Como antecedente, Gedovius también desde 1904 realizaba motivos arquitectónicos dentro de sus pinturas; sin embargo, Herrán comenzó a hacer asociaciones inesperadas entre el fondo monumental y el cuerpo consumido de los viejos.

Cada personaje representa alguna de las tres edades del ser humano, desde la infancia hasta la vejez, lo cual hace pensar que representa no solo a un grupo de personas sino a toda la humanidad que avanza hacia un destino ineluctable.

[26]​ Con El gallero, Herrán obtuvo reconocimiento en una exposición que organizó la Junta Española de Covadonga, donde se llegó a decir que el alumno había superado al maestro, haciendo alusión a la obra de Gedovius.

[27]​En la última etapa de la Revolución Mexicana, la más complicada para el país desde la Independencia, Herrán sobrevivía realizando ilustraciones y viñetas para libros y revistas, así como con las clases que impartía en la Escuela Nacional de Bellas Artes.

La asociación lopezvelardiana de la serie hacía referencia a la mujer-fruta-flor que representa también la nacionalidad y elementos histórico-culturales mexicanos.

[30]​A partir del discurso simbolista, combinado con el nacionalismo carrancista propugnado por los ateneístas, hubo en la obra de Herrán de la última época y en especial en sus “Criollas”, una revaloración del pasado colonial.

[32]​ El quetzal sería la contraparte a la serie de Las criollas, tanto por la figura masculina, como por el motivo indigenista que, sin embargo, está representado desde un estatuto clásico, mezclando motivos indígenas con mitológicos, al pintarlo a manera de sátiro.

La idea de la obra significaba para la plástica mexicana una cúspide en el modernismo que representaba la historia nacional plenamente asumida.

[37]​ Desde 1916 la apariencia de Saturnino Herrán era enfermiza, su estado en 1918 empeoró por lo que requería ser hospitalizado.

[40]​ Un año después de su muerte,[41]​ Ramón López Velarde escribió Oración fúnebre dedicada a su amigo, cuyos versos son a su vez un diálogo y una negación de la muerte.

En Herrán estas influencias se materializaron en la manera en que representaba a las figuras masculinas desnudas; como en las marcadas líneas para acentuar los contornos, en el tratamiento ornamental de los motivos, e, incluso en las ilustraciones que realizó para publicaciones periódicas.

En sus obras se aprecia un trazo con ondulaciones sutiles que le otorgan una gracia inmaterial.

[52]​ El artículo 1 del diario establece que: Se declara monumento artístico toda la obra plástica del artista Saturnino Herrán, incluyendo los documentos técnicos, cualquiera que sea su régimen de propiedad.

Su obra se inspira básicamente en el México precolombino, en las costumbres populares y la gente del pueblo.

Fue una pieza pensada para ser un mural en el Teatro Nacional (actualmente Palacio de Bellas Artes) una vez que estuviera terminado; sin embargo, la pieza no fue concluida porque Herrán comenzó a enfermar y posteriormente falleció antes de poder completarla.

Al frente se aprecian dos indígenas postrados y con el rostro oculto.

Un poco más adelante hay cuatro hombres, uno de ellos sentado en una silla y tres monjes.

[59]​ Asimismo se observa que el monolito sirve de soporte para la crucifixión y hay una simetría iconográfica entre ambos símbolos religiosos.

Placa de la casa donde nació Saturnino Herrán, Aguascalientes , México
La labor. 1908.
La leyenda de los volcanes (tríptico). Entre 1910 y 1912.
La ofrenda. 1913
Edificio de la calle Mesones número 82-84. Aquí se encontraba la casa taller de Saturnino Herrán, del edificio original solo se conservan los ornamentos de la esquina y la hornacina
El cofrade de San Miguel de Saturnino Herrán, 1917
La criolla del mantón. 1915.
Nuestros dioses antiguos. 1917.
Tablero central de 'Nuestros dioses' (Coatlicue), de Saturnino Herrán en el Museo Aguascalientes