Concierto para piano n.º 24 (Mozart)

Dado que Mozart iba a interpretar la obra él mismo, la parte del solista no estaba escrita por completo.

Cronológicamente es el vigésimo de los veintitrés conciertos para piano originales que Mozart compuso.

[1]​ Aunque compuestas en las mismas fechas, ambas contrastan entre sí en gran medida: la ópera está compuesta casi en su totalidad en tonalidades mayores, mientras que el concierto es una de las pocas obras de Mozart en una tonalidad menor.

Como venía siendo costumbre, Mozart tocó la parte de solista al mismo tiempo que dirigía desde el teclado.

Pasó por varias manos privadas durante el siglo XIX, antes de que sir George Donaldson, un filántropo escocés, la donara al Royal College of Music en 1894.

Esto sugiere que improvisó gran parte del papel solista cuando interpretó la obra.

Robert D. Levin escribe: «la riqueza de la sonoridad del viento, debido a la inclusión de los oboes y clarinetes, es la característica tímbrica central del concierto: una y otra vez en los tres movimientos los vientos dejan a las cuerdas en un segundo plano».

El primer movimiento sigue la forma sonata habitual en los conciertos de la época clásica.

La orquesta abre el tema principal al unísono, pero no muy fuerte sino en un dulce piano.

En cambio, tiene un pasaje solista de 18 compases, que, una vez concluido, da paso al tema principal por la orquesta.

El pianista y musicólogo Charles Rosen sostiene que Mozart creó así una «doble exposición».

Rosen también sugiere que esto explica porqué Mozart alargó sustancialmente la exposición orquestal durante el proceso de composición: necesitaba una exposición orquestal de mayor duración para equilibrar su contraparte solista «doble».

Después de esto, el desarrollo procede a un tormentoso intercambio entre el piano y la orquesta, que el erudito del siglo XX sobre Mozart Cuthbert Girdlestone describe como «una de las pocas [ocasiones] en Mozart donde la pasión parece realmente desencadenada»,[21]​ y que Tovey describe como un pasaje de «gran y delicada masividad».

[21]​ El amplio abanico de material temático presentado en las exposiciones orquestales y del piano solista suponen un reto para la recapitulación.

Los temas expuestos, necesariamente comprimidos, se presentan en un orden distinto y en su nueva forma contienen algunos momentos de virtuosismo para el solista.

[25]​ Numerosos compositores e intérpretes posteriores, como Johannes Brahms, Ferruccio Busoni y Gabriel Fauré, han compuesto su propia versión.

[28]​ La típica coda mozartiana suele concluir con un tutti orquestal y un tacet para el solista.

Es probable que simplificara el tema para lograr un mayor contraste con la oscura intensidad del primer movimiento.

Brendel prosigue diciendo que el compás indicado para este movimiento es otro error de escritura.

[29]​ La pianista Angela Hewitt ve en este movimiento no una marcha sino una «danza siniestra».

[47]​ Tanto la variación final como la coda que le sigue contienen numerosos acordes de sexta napolitana.

Girdlestone hace alusión al «inquietante» efecto de estos acordes y sostiene que la coda en última instancia «proclama con desesperación el triunfo del modo menor».

[31]​[44]​ Tras escuchar la obra en un ensayo, Beethoven supuestamente comentó a un colega que «nunca jamás seremos capaces de hacer algo así».

[44]​[48]​ Johannes Brahms también era un admirador del concierto, al animar a Clara Schumann que lo tocara, e incluso escribió su propia cadenza para el primer movimiento.

El concierto fue estrenado en el Burgtheater de Viena
El tema principal del primer movimiento tal y como aparece al comienzo de la exposición orquestal
El tema principal del segundo movimiento destaca por su simplicidad. Donald Tovey describe el cuarto compás, extremadamente desnudo y nada ornamentado, como «ingenuo», pero considera que Mozart quería que así fuera [ 25 ]
El tema del tercer movimiento, sobre el cual se construyen ocho variaciones, consta de dos secciones de ocho compases que se repiten