Las principales células que forman la sangre son hematíes (o eritrocitos), leucocitos (neutrófilos, eosinofilos, basófilos, monocitos, linfocitos) y plaquetas.
[4] La producción de glóbulos rojos está controlada por la eritropoyetina, una hormona producida principalmente por los riñones.
Los hematíes comienzan como células inmaduras en la médula ósea y, tras aproximadamente siete días de maduración, se liberan en el torrente sanguíneo.
[4] Los glóbulos rojos contienen una proteína especial llamada hemoglobina, que ayuda a transportar el oxígeno de los pulmones al resto del cuerpo y luego devuelve el dióxido de carbono del cuerpo a los pulmones para que pueda ser exhalado.
Son mucho menos numerosos que los glóbulos rojos y representan aproximadamente el 1% de la sangre.
Los linfocitos B fabrican anticuerpos, que son proteínas dirigidas específicamente contra bacterias, virus y otros materiales extraños.
[4] Un número de plaquetas superior al normal puede causar una coagulación innecesaria, que puede provocar accidentes cerebrovasculares e infartos de miocardio; sin embargo, gracias a los avances realizados en las terapias antiagregantes plaquetarias, existen tratamientos que ayudan a prevenir estos acontecimientos potencialmente mortales.
Los resultados de un hemograma pueden diagnosticar enfermedades como la anemia, infecciones y otros trastornos.
El médico también puede realizar un frotis sanguíneo, que es una forma de observar las células sanguíneas al microscopio.
En un frotis sanguíneo normal, los glóbulos rojos aparecen como células regulares y redondas con un centro pálido.