Este nuevo movimiento propuso, en cambio, una nueva concepción de los hechos del lenguaje, considerándolos como un sistema en el cual los diversos elementos que lo integran ofrecen entre sí una relación de solidaridad y dependencia.
[2] Debido a que el hecho lingüístico es muy complejo, pues intervienen múltiples factores de naturaleza fónica, acústica, fisiológica y de alcance tanto individual como social, la lingüística no se ocupa del lenguaje, ya que es un fenómeno amplio, sino que su objeto es el estudio de las relaciones entre los elementos que forman parte únicamente del sistema lingüístico, es decir, define su objeto de estudio, la lengua y el habla en sí mismos.
La sincronía, en cambio, atiende al estado de una lengua en un momento dado, haciendo abstracción del factor temporal.
Los signos no aparecen de forma aislada, sino que se hallan en relación.
Con esto quiere decir que no hay ninguna relación intrínseca entre el sonido (significante) y el concepto (significado).
Saussure creía que los conceptos son productos mentales y no entidades independientes de la mente.
Para Saussure no podemos estar seguros de que estemos viendo la misma tonalidad cuando usamos el significante «rojo».
En ese momento se produciría la conexión arbitraria entre el significado (la tonalidad) y el significante («rojo»).
Aun así, el significado de un signo es más probable que cambie con el contexto, esto es, su uso social.
[nota 1] Para Saussure y los estructuralistas los signos están interconectados formando la estructura de la lengua.
La Escuela de Praga es la más destacada inicialmente, con miembros como Roman Jakobson o Nikolái Trubetskói.
Los trabajos seguirían con una figura capital, Louis Hjelmslev (Ensayos lingüísticos, Prolegómenos de una teoría del lenguaje), en Dinamarca, o con Alf Sommerfelt en Noruega.
En Francia, Antoine Meillet y su discípulo Émile Benveniste continuarían con el programa de Saussure.
El segundo ha sido capital, dada además su magnífica formación histórica, y sus obras son una continuación renovada de las investigaciones iniciales sobre las lenguas indoeuropeas.
Los estructuralistas acabarán derivando hacia el funcionalismo lingüístico sin perder el principio de inmanencia lingüística pero teniendo en cuenta criterios externos y, desde luego, oponiéndose a las corrientes formalistas del generativismo chomskiano.
El estructuralismo tuvo una influencia fundamental en la enseñanza de lenguas durante la segunda mitad del siglo XX que continúa hoy día.
En Estados Unidos, Leonard Bloomfield desarrolló su propia versión del estructuralismo lingüístico, conocida como distribucionalismo.