Sus dos representantes más importantes son Hermann Osthoff y Karl Brugmann.
La historia de una lengua es reconstruida por medio de las variaciones registradas en las formas y en los significados de sus palabras, y se sabe que determinadas lenguas están relacionadas porque poseen palabras que mantienen correspondencias formales y semánticas entre sí que no pueden ser atribuidas al simple azar o a préstamos recientes.
Si los cambios fonéticos no fueran regulares, si las formas de las palabras estuvieran sometidas a variaciones inmotivadas, inexplicables y fortuitas producidas a través del tiempo, tales argumentos perderían su validez y las relaciones lingüísticas solo podrían establecerse históricamente por medio de la evidencia extralingüística, como ocurre en el campo de las lenguas románicas descendientes del latín.
Por otro, dieron mayor categoría a los dialectos, considerándolos vitales para su investigación científica, por la luz que podían arrojar sobre los cambios lingüísticos, ya que representaban el último estadio dentro de la diversificación de la familia indoeuropea.
Los miembros más destacados de la escuela neogramática fueron, por orden cronológico: Pueden sumarse a esta corriente el estadounidenses William Dwight Vhitney (1827-1894) y el danés Karl Verner (1846-1896).