El entierro del conde de Orgaz

Está considerada una de las mejores y más admiradas obras del autor.

Esta tradición que existía en Toledo narra que en 1327, cuando se trasladaron los restos del señor de Orgaz desde el convento de los agustinos —próximo a San Juan de los Reyes— a la parroquia de Santo Tomé, el mismo san Agustín y san Esteban descendieron desde el cielo para con sus propias manos colocar el cuerpo en la sepultura, mientras que los admirados asistentes escuchaban una voz que decía «Tal galardón recibe quien a Dios y a sus santos sirve».

El pago se haría tras una tasación, tras recibir cien ducados a cuenta, y tenía que estar acabado para la Navidad de ese mismo año.

Su capacidad de juzgar a los hombres con misericordia, se ve reflejada en su rostro sereno y en su mano derecha que manda al apóstol Pedro, jefe de su iglesia, a que abra las puertas del cielo para el alma del conde difunto.

La madre de Jesucristo, la Virgen María, acoge maternalmente el alma del señor que llega hasta el cielo: En este alumbramiento a la vida eterna, Dios ha confiado a María la tarea de madre.

De estos asuntos es sobre el que, seguramente, más se ha escrito del cuadro.

Algunos autores se atreven a identificar entre los personajes al propio Miguel de Cervantes, que en esos años vivió en Toledo.

O quienes creen ver a Manusso, hermano del Greco, entre los retratados.

En la parte superior persiste la necesaria seriedad del momento, rodeados de nublado.

Tiene rigor arquitectónico y una unidad extraordinaria a pesar de los dos partes en las que está dividido.

En esta obra están presentes todos los elementos del lenguaje manierista del pintor: figuras alargadas, cuerpos vigorosos, escorzos inverosímiles, colores brillantes y ácidos, uso arbitrario de luces y sombras para marcar las distancias entre los diferentes planos, etc. Cuando el Greco se instala en Toledo, alcanza esa madurez pictórica que arrastra de su paso por Italia y los talleres de los mejores pintores de la época.

Y hay quien ha visto en la composición completa del cuadro una composición clásica: los caballeros, verticales en la tierra, serían las columnas de un pórtico; sobre ellos, un frontón triangular que quedaría conformado por las nubes que convergen en el vértice del Padre.

Para este lugar fue concebido y en él perdura transcurridos cuatro siglos.

Hasta principios del pasado siglo XX, esta zona estuvo separada mediante una verja y una cortina.

Aquí se hizo una sencilla capilla hasta que 200 años más tarde, el párroco don Andrés Núñez de Madrid, mandó renovarla haciéndola más grande y hermosa, quedando el sepulcro en medio y, queriendo que el milagro fuese conocido de todos.

Hay quienes dicen escuchar cantos gregorianos, luz celestial, aroma a incienso —que no existen— estando en este lugar.

Contiene cerámica vidriada e incrustaciones de una hornacina visigótica y una cruz patada.

A mediados del siglo XIX se encontraba un tanto descuidado, colgado sin ningún tipo de sujeción en la parte baja, corrigiéndose poco después con una enmarcación adecuada.

En 1943 se constata que sigue gozando de una conservación adecuada, si bien se observa que el cuadro amarillea en todos sus colores debido a un barniz no del todo transparente.

En 1975, tras un concienzudo estudio científico, se acometió una notable restauración realizada por el ICROA.

Además, unido a este proceso, fue desmontado de su emplazamiento original y dispuesto en el lugar que ahora se puede contemplar.

La obra ha suscitado numerosas pinturas derivadas o inspiradas en su tema y estilo.

El cuadro, boceto para una pintura al óleo de gran tamaño que Meléndez no pudo ejecutar a causa de su fallecimiento se conserva en los almacenes del Museo del Prado.

Se encuentra como depósito en el Instituto Valenciano de Arte Moderno.

Detalle de la parte terrenal.
Detalle de la Gloria.
El entierro del señor de Orgaz (c. 1625) por Jorge Manuel Theotocópuli
Entierro del señor de Orgaz (1734) por Miguel Jacinto Meléndez