Thomas Huxley pasó mucho tiempo demostrando con una serie de experimentos que no solo sería inmoral, sino también imposible,[1] Stephen Jay Gould y otros han argumentado que el darwinismo social se basa en conceptos erróneos de la teoría de la evolución, y muchos éticos lo consideran un caso del problema del ser y el deber ser.
Después de que las atrocidades del Holocausto se vincularan a la eugenesia, esta corriente perdió el favor del público y la opinión científica, aunque nunca se aceptó universalmente, y en ningún punto de la literatura nazi se menciona a Charles Darwin o la teoría de la evolución.
[2] En su libro El fin de la fe, Sam Harris argumenta que el nazismo fue sobre todo una continuación del antisemitismo cristiano.
Huxley comienza por refutar la ciencia en que se apoya el darwinismo social, y más adelante da paso a argumentos morales.
[9] Las figuras clásicas no han discutido el tema, ya que apareció en el siglo XIX.
Otra postura rechaza completamente la evolución cruzada entre especies en todos los organismos, pero acepta la adaptación (microevolución).
El libro El gen egoísta de Richard Dawkins tiene un capítulo titulado «Los chicos buenos terminan primero» en el que se intenta explicar el papel del altruismo y la cooperación en la evolución, cómo los animales sociales no pueden sobrevivir sin estos rasgos, y cómo los crea la evolución.
El darwinismo social es un término despectivo asociado con la teoría del malthusianismo, desarrollada por el filósofo whig Herbert Spencer.
El darwinismo social se expandió después aplicando «la supervivencia del más apto» al comercio y al conjunto de las sociedades humanas, lo que condujo a la justificación de la desigualdad social, el sexismo, el racismo y el imperialismo.
[18] Para los elitistas, las naciones fuertes estaban compuestas de personas blancas que tenían éxito a la hora de expandir sus imperios, y por tanto, estas naciones fuertes sobrevivirían en la lucha por la dominación.
La interpretación literal o dogmática de las escrituras mantiene que un ser supremo creó directamente a los humanos y otros animales como «tipos de creaciones» separadas, algo equivalente a las especies.
Desde la publicación de la encíclica Humani generis del papa Pío XII en 1950, la Iglesia católica adoptó una posición neutral respecto a la evolución.