Los alimentos en mal estado pueden llegar a ser extremadamente venenosos y perjudiciales para la salud de los consumidores, un ejemplo de esto es la toxina botulínica generada por la bacteria Clostridium botulinum que se encuentra presente en las conservas mal esterilizadas y embutidos así como en otros productos envasados.
En civilizaciones como la antigua Grecia, la carne y el pescado eran conservados en sal para poder consumirlos hasta meses después de su captura.
Sin embargo, casi un siglo después, empezaron a descubrirse nuevos compuestos conservantes y con las sofisticadas máquinas fabricadas en la lucha contra los microorganismos comenzaron a crearse en laboratorios algunos de los aproximadamente 5.000 conservantes conocidos hoy en día.
Tanto en la antigüedad como en la actualidad, los conservantes gozan de mala fama por el hecho de ser sustancias químicas que se añaden a los alimentos y, como la palabra química asusta al consumidor, si no está correctamente informado, el mismo desconfía.
[2] Existen algunos métodos físicos que actúan como inhibidores de las bacterias tales son el calentamiento, deshidratación, irradiación o congelación.
Algunos alimentos tales como los ajos, cebollas y la mayoría de las especias contienen potentes agentes antimicrobianos.