Influido por ello y, de un modo más constante, por el ejemplo del Cardenal Mercier, Moeller decidió convertirse en sacerdote.De todo ello surgió después su monumental obra en seis tomos titulada Literatura del siglo XX y Cristianismo, la cual aparecerá entre 1953 y 1993, el último volumen en forma póstuma.Debido a su capacidad como teólogo, fue invitado a participar en el Concilio Vaticano II, donde tuvo una participación destacada en la redacción del Esquema XIII, “La Iglesia en el mundo”, trabajo del que surgiría la encíclica Gaudium et Spes.Su estructura está dividida en tres partes: El problema del mal en Homero, en los trágicos griegos, en Shakespeare, en Racine y en Dostoievski.Para Moeller la antigüedad griega “es un grito al dios de la misericordia, para que el mundo divino sea racional, equilibrado, bello como el mundo humano que los griegos soñaban”.Frente al estoicismo y la resignación que los griegos oponían al destino trágico, los judíos, según lo indica el salmo 50 de David, oponían ya, como algo novedoso, la esperanza en la misericordia divina.A esto, el cristianismo le añade la dimensión del pecado y de la Gracia.Algo que hoy, cuando palabras como angustia, absurdo, abandono, nada, se repiten sin cesar, debe ser reafirmado.El primer volumen, cuyo subtítulo es El silencio de Dios, trata sobre Albert Camus, André Gide, Aldous Huxley, Simone Weil, Graham Greene, Julien Green y Georges Bernanos.Henry James, por su lado, “nos ha descrito el mal in propia persona, paseándose por las calles, con la sonrisa en los labios.Y ese mal, agrega Moeller, tiene como nombres disimulo, traición, mentira; se llama “egotismo”.Es alguien que rehúsa someter al hombre a una realidad cualquiera, tanto viva como muerta.El cuarto volumen, La esperanza en Dios nuestro Padre, reúne estudios sobre Ana Frank, Miguel de Unamuno, Charles Du Bos, Gabriel Marcel, Fritz Hochwälder y Charles Peguy.En Ana Frank destaca “ese leve desprendimiento, esa ligerísima saturación que, en el curso de la adolescencia, hace que un espíritu joven se desligue del mundo propiamente religioso para orientarse hacia la afirmación de su fuerza moral”.Si rechaza el aspecto conceptual y la dialéctica del platonismo, en cambio toma de él la idea de una participación en otro reino, en otra luz… Recoge el movimiento ascendente que, sin abandonar jamás este mundo existencial, propulsa a los seres hacia ese otro reino vislumbrado en las sombras de nuestra condición cautiva”.De Bertolt Brecht dice que conservó hasta el último día la esperanza de que un día se establecería una sociedad mejor, pero aun así se sintió cada vez “más rebasado por la realidad”.Esa poesía de los elementos es una “terraza abierta a todos los vientos, donde vemos abrirse caminos que nos llevan de nuevo hacia el universo, hacia el cosmos”.Y esta cruz, aceptada, “se hace fuente de comunión con todos los hombres, reinvención del vínculo de amor divino que une a todos los hombres entre ellos, en Dios, y del que proceden los amores humanos”.En El velo de Verónica, integrada por las novelas Las fuentes de Roma y La corona de los ángeles, von Le Fort analiza “con increíble penetración la coordinación entre fe e incredulidad, entre Iglesia y mundo ateo”, para concluir que “el abismo que separa a creyentes y ateos nunca será franqueado”.Y esa “necesidad de unidad, sobre todo en el momento en que descubrimos la dimensión planetaria de los problemas culturales y políticos”, von Le Fort la imagina siempre frustrada: “Su obra demuestra que es imposible realizar de modo duradero un único Imperio que domine el mundo”.