Para poder destruir estos tanques occidentales, hacia el año 1941-42, se empezaron a introducir versiones más potentes, de aproximadamente 50 mm.
Se desarrollaron nuevos proyectiles macizos con núcleo de volframio más densos, que mejoraba un poco la penetración.
Nuevamente se tuvieron que aumentar los calibres y la potencia de los cañones, llegando hasta los 75 o incluso 88 mm en 1943.
Los carros de combate japoneses prácticamente no evolucionaron en toda la guerra y, además, raramente se empleaban.
Por eso, los estadounidenses pudieron utilizar pequeños cañones contracarro de la primera generación durante toda la guerra.
Además, también se usaban estos cañones como pequeñas piezas de artillería con munición explosiva para destruir posiciones defensivas enemigas o búnkeres.
Sus pesos se habían incrementado demasiado y esto los hacía difíciles de transportar.
A todo esta serie de defectos se sumó el hecho que habían aparecido armas anticarro nuevas mucho más efectivas.