Precursora de la artillería autopropulsada moderna, consistía en cañones ligeros u obuses unidos a carros de dos ruedas ligeros pero robustos, llamados armones, con los tripulantes individuales montados a caballo.
Aunque resultaron ser tropas muy útiles y versátiles, tanto si disparaban a caballo como desmontadas, aun así tenían que ralentizar o detenerse al menos temporalmente, con lo que perdían sus principales ventajas como caballería.
Aunque no fueron decisivas por sí mismas, estas unidades infligieron pérdidas a las tropas prusianas e influyeron en Federico II el Grande para formar la primera unidad regular de artillería hipomóvil en 1759.
Federico comprendió que la mayor amenaza para la infantería masiva era el fuego de artillería concentrado.
Se dio cuenta de que incluso los cañones pequeños y relativamente ligeros podían perturbar gravemente o destruir las unidades de infantería si podían acercarse lo suficiente y disparar con suficiente frecuencia.
Hannover formó sus primeras baterías de caballería en 1786 y el general hannoveriano Victor von Trew realizó varias pruebas en 1791 que demostraron la gran velocidad y eficiencia con la que podía operar una tripulación totalmente montada.
En esta época, Dinamarca también había formado unidades de artillería montadas y para 1792 Suecia había formado sus primeras baterías regulares a caballo,[3] seguida de Gran Bretaña en 1793, Rusia en 1794 y Portugal en 1796.
La mayor artillería a caballo de cualquier nación fue la del ejército revolucionario francés que se formó por primera vez en 1792.
[4] Las unidades de artillería hipomóvil generalmente usaban piezas más livianas (6 libras), tiradas por seis caballos.
[8] Durante el siglo XIX y principios del XX, la artillería hipomòvil de estilo europeo se usó en países sudamericanos como Chile y Perú, de forma bastante destacada durante la Guerra del Pacífico.