Por parte de su padre, Gustavo Adolfo pertenecía a la dinastía Vasa, la fundadora del protestantismo en Suecia.
Por el lado materno, la Casa de Holstein-Gottorp había luchado en la defensa del protestantismo en Alemania.
Frente a la superioridad danesa, Gustavo II Adolfo emprendió una guerra de guerrillas, en la que contó con el apoyo popular.
Gustavo II Adolfo pretendía también la anexión de Nóvgorod, que, sin embargo, no se concretó.
La guerra, sin embargo, no tenía solo por motivo la posesión del litoral báltico o la confrontación con el rey Segismundo III de Polonia por el trono sueco, sino también la cuestión religiosa, y Gustavo II Adolfo retomó esta causa que había abordado su padre, Carlos IX, como una guerra de los protestantes contra la Contrarreforma en Europa.
Esta ciudad funcionaba como una república independiente y, pese a ser protestante, se hallaba alineada en el bando polaco, pues Polonia le permitía libertad comercial.
La superioridad sueca fue confirmada tras la batalla de Wallhof, con la cual Suecia tuvo en sus manos los ríos Dvina y Nevá.
Al auxilio de Polonia acudieron tropas del Sacro Imperio Romano Germánico en 1627 y 1629.
En respuesta, Gustavo II Adolfo envió tropas de apoyo a esa plaza.
La contrarreforma católica amenazaba la independencia de las ciudades protestantes alemanas e incluso la libertad religiosa.
Sin contar con una alianza formal, buscó establecer vínculos con los enemigos de los Habsburgo en Alemania.
Dos días después la flota había desembarcado el resto del ejército en Peenemünde, en la isla Usedom.
La estrategia seguida por Gustavo II Adolfo sería apoderarse del curso de los ríos alemanes.
Johann Tserclaes, conde de Tilly y comandante del ejército imperial que había sustituido a Albrecht von Wallenstein en 1630, intentó en vano rechazar a Gustavo II Adolfo y hacerlo retroceder hacia el mar Báltico.
Este tratado le dio a Gustavo II Adolfo los recursos para continuar con la guerra.
Magdeburgo había jugado el principal papel entre las ciudades protestantes libres del norte de Alemania, y durante el otoño de 1630 se había afiliado voluntariamente a la causa del rey sueco.
Por su parte, Gustavo II Adolfo no podía permitirse la posibilidad de defraudar la confianza que las ciudades protestantes, ahora caídas ante los católicos, habían depositado en él.
Enseguida, Gustavo II Adolfo partió a la conquista del Danubio, invadió la católica Baviera y ocupó su capital, Múnich.
El retorno del experimentado estratega representó un peligro para Gustavo II Adolfo, pues en poco tiempo Wallenstein había reorganizado al ejército imperial y echado de Praga al príncipe de Sajonia.
El primer encuentro entre ambos estrategas sucedió en Núremberg, en 1632, donde se habían levantado campamentos fortificados.
En cuanto a la defensa nacional, se llevó a cabo la creación de un ejército permanente y organizado, así como la constante rotación en el servicio militar que se imponía al pueblo.
Este sistema serviría de base para la gran organización militar que llevaría a cabo el rey Carlos XI.
La que mejor floreció fue la minería, cuyo desarrollo se vio favorecido por la contribución de expertos extranjeros en esa área, en especial valones.
Durante su gobierno se crearon 15 nuevas ciudades en Suecia, entre ellas Gotemburgo, que fueron la palanca para el desarrollo del comercio.
Las pretensiones de Gustavo II Adolfo para que Suecia tuviese un papel dentro del comercio mundial fueron una causa fundamental para su involucramiento en los conflictos europeos.