Con este fin, el tesorero de la IRB, Tom Clarke, formó un Comité Militar que habría de planificar el alzamiento, formado en un principio por Pearse, Éamonn Ceannt y Joseph Plunkett, y al que se incorporarían algo más tarde el propio Clarke y Sean McDermott.
A pesar de todo, la IRB esperaba ganárselo o bien ignorar sus órdenes.
El plan encontró la primera traba importante cuando James Connolly, líder del Ejército Ciudadano Irlandés (ICA), un grupo armado de tendencias socialistas, que ignoraban por completo los planes de la IRB, amenazaron con iniciar una rebelión por su cuenta si otros partidos se negaban a pasar a la acción.
Por supuesto, esto era demasiado suponer, ya que MacNeill percibió pronto lo que se estaba cociendo y amenazó con «hacer todo lo posible excepto llamar al Castillo de Dublín» para impedir el alzamiento.
El plan, largamente elaborado por Plunkett (y en apariencia muy similar al tramado por su cuenta por Connolly), era tomar los edificios clave de Dublín para acordonar la ciudad y resistir el inevitable ataque del ejército británico.
También se formó un quinto batallón improvisado con partes de los otros cuatro y la ayuda del Ejército Ciudadano Irlandés.
A su vez, miembros del Ejército Ciudadano Irlandés tomaron St Stephen's Green y el Ayuntamiento de Dublín.
Los rebeldes no tenían mucho respaldo popular en aquel momento, y cientos de personas resultaron muertas o heridas, en su mayoría civiles atrapados en el fuego cruzado).
Entre ellos se contaba, mortalmente herido, Connolly, que fue fusilado atado a una silla porque era incapaz de mantenerse en pie.
A la sazón las autoridades locales irlandesas y muchos periódicos como el Irish Independent (en un editorial) exigían la ejecuciones.
Las ejecuciones marcaron el inicio de un cambio en la opinión pública irlandesa, que hasta entonces había visto a los rebeldes como aventureros irresponsables cuyas acciones podían dañar la causa nacionalista.
En 1921 Jan Smuts, un relevante político y militar sudafricano, fue capaz de llamar la atención del primer ministro David Lloyd George sobre este ejemplo, lo que ayudó al gobierno británico a alcanzar un compromiso en la negociación del Tratado anglo-irlandés.
Años después, la URSS fue el primer país que reconoció a la República de Irlanda.