De ese fuego se enciende el Cirio Pascual, una enorme vela que simboliza a Cristo Resucitado.
Acto seguido, se inicia la procesión del obispo los presbíteros y los ministros, a la entrada de la Iglesia los diáconos que llevan Los Cirios cantan: "Luz de Cristo" y los fieles cantan: "Oh Luz Gozosa de la Santa Gloria del Padre Celeste e inmortal Santo y Feliz Jesucristo".
Luego continua con la Liturgia de la Palabra, en la que seminaristas o fieles Laicos, proclaman siete relatos del Antiguo Testamento alusivos al plan salvífico de Dios, intercalados con salmos o cánticos del Antiguo Testamento (interpretados por un cantor) y oraciones que se intercalan entre lectura y salmo (rezadas por el Sacerdote celebrante).
Por razones pastorales, puede reducirse el número de lecturas a tres, siendo obligatorias la 1.ª, la 3.ª y la 7.ª, con sus respectivos salmos.
Tras esta lectura y previo al Evangelio se entona de manera solemne el Aleluya, con su salmo del aleluya (Sal 117, 1-2.16-17.22-23), y el diácono, o el propio sacerdote celebrante a falta de diácono, procede a leer el Evangelio correspondiente (la Resurrección del Señor: según San Mateo en ciclo A, según San Marcos en ciclo B y según San Lucas en ciclo C).
También, los fieles presentes renuevan sus promesas bautismales, tomando de nuevo la luz del cirio pascual, y se los asperja con agua bendita.
Se suele usar la Plegaria Eucarística I o Canon Romano (más tradicional), tratándose de una liturgia muy solemne.
Al final, aunque no es obligación, es costumbre cantar el Regina Coeli (Reina del Cielo), una alabanza a la Virgen María para que se alegre con la Resurrección de su Hijo.