Un año después fue consagrado por el arzobispo Antonio Herrán a la Catedral de Bogotá.
[3] Para este momento las relaciones entre la Iglesia y el Estado se habían deteriorado aún más.
Entonces el papel de la Iglesia fue reconsiderado en cuanto a su prominencia económica e influencia en la educación,[6] en un proceso que autores como Bushnell denominan “la República radical”[7] caracterizada por un alejamiento sustancial entre las instituciones Eclesiásticas y el Estado.
Otra medida fue la condena a destierro de cualquier autoridad eclesiástica que no contara con el permiso para ejercer sus actividades.
Dentro de tales contraventores se encontraba el cura Arbeláez según expone José Restrepo Posada al describir la dura situación por la que pasaba la Iglesia en 1862.
[10] Arbeláez desterrado huye hacia la costa, encontrando su camino a Roma, donde en audiencia con el papa Pio IX, es nombrado vicario general y obispo coadjutor de la Arquidiócesis de Bogotá con derecho a suceder al actual arzobispo, Antonio Herrán.
Llama la atención del Arzobispo Arbeláez la forma en como se tomaron sus discursos por parte de algunos autores.
Según afirma Fernán González; Arbeláez, “…exhortaba al clero a no mezclar el ministerio sacerdotal con la política”.
Cabe anotar que Restrepo Posada toma el punto de vista de la Iglesia, y en los textos consultados mantiene un apoyo constante a los miembros del clero, condenando a su vez las actuaciones gubernamentales.
En ellas, se ve a un sacerdote mucho más conservador y tradicional al mostrado en las anteriores referencias.
En pastoral de 1861 escrita en Ocaña, Arbeláez hace una dura crítica a las medidas de tuición y afirma en varias ocasiones que por constitución y por mandato divino el poder temporal estará siempre subordinado al mandato espiritual,[30] y como tal, la Iglesia no tiene por qué responder ni someterse al poder temporal del Estado.
[38] Para Arbeláez la educación era un tema fundamental en la medida que era un deber de la Iglesia el enseñar la verdad infalible del cristianismo[39] y como afirma en una de sus últimas pastorales, la educación católica era la única forma de evitar los ataques y las conspiraciones dirigidas a que las nuevas generaciones abandonaran el catolicismo, al fin y al cabo en un mundo en que la naturaleza lleva a la diferencia “una sola cosa nos hace iguales: la Religión”.
Lo anterior refleja que la polarización entre partidos y entre posiciones absolutamente contrarias no siempre fue una realidad del siglo XIX, como existieron extremos también existieron posiciones medias que no buscaban la destrucción total de la idea contraria.
Es por esta razón que el Arzobispo Arbeláez destaca como voz de conciliación y mesura.