El otro constitutivo (también conocido como alteridad) constituye un concepto clave de la filosofía continental.
Lévinas lo conectó con el Dios tradicional de las escrituras, al que denominó «Otro infinito».
Freud habla del otro en el sentido de todo aquellos que no es YO, así por ejemplo menciona el "afuera" que es todo aquello que no es la persona en sí misma, es decir lo otro, incluso da a la madre el papel del primer otro, pues es ésta quien da al niño las primeras nociones de que él existe pues funge como la primera fuente de placer, le da un nombre al cual responder y en general lo moldea.
Este concepto y el del encuentro cara a cara fueron reinterpretados más tarde, aludiendo a la idea de Derrida sobre la imposibilidad de una presencia pura del otro (el otro puede referirse a algo diferente que no sea un primer encuentro puro con la alteridad), lo que sí planteó problemas en relación con la lengua y su representación.
Esta «infinitud» del otro permitirá a Lévinas explorar otros aspectos de la filosofía y la ciencia que ocupan un lugar secundario en su ética.
Asimismo, pueden surgir problemas con los usos no éticos del término (y relacionados) que refuerza estas divisiones.
Estas supervivencias presentan tres características, son anteriores en el tiempo, es decir que en la evolución cultural se encuentran en un momento más antiguo; tienen más ausencias, porque se considera que tienen menor cantidad de tecnología y por lo tanto de utensilios y herramientas, y son más confusas e indistintas debido a que tienen todas las instituciones de la sociedad occidental pero todavía no se llegan a diferenciar.
Considera asimismo que la heteronormatividad cubre sus propias necesidades narcisistas proyectando o desplazándolas hacia la homosexualidad.
Cheshire Calhoun hizo un esfuerzo por acabar con esta noción del otro y propuso deconstruir el concepto de «mujer» vinculado a la subordinación y reconstruirlo probando que la dominación masculina no es en absoluto necesaria para cubrir cierta carencia de razón en las mujeres (McCann, 339).
Creyó que este esfuerzo contribuiría a crear una nueva idea del otro minimizando las connotaciones jerárquicas de la palabra.
Edward Saíd aplicó la idea feminista del otro a los pueblos colonizados (sobre todo en sus obras sobre los habitantes de Oriente Medio, los árabes en general y los palestinos en concreto).
Son los «Otros» que aceptan, sin saberlo, la subyugación como parte de su subjetividad [2].
Inicialmente para Sartre todo otro (todo prójimo) en tanto tiene la capacidad de observar ( y objetar) al ego, es una suerte de oponente, máxime en cuanto a que el ego a su vez percibe como objeto al otro (aquí Sartre parece preterir intencionalmente la subjetividad).
Sin embargo esta postura sartreana es revisada por el mismo Sartre (por ejemplo en Crítica a la razón dialéctica).
En la obra citada, Sartre observa una evolución desde una relación alienante primera entre los sujetos hasta -con el devenir- una relación positiva y proactiva entre los mismos, en tal caso ya el otro deja de ser un competidor o un objetador.
De la madre en cuanto prójimo (próximo) primero de cualquier sujeto, se conforma la subjetividad desde su deseo y ley, hecho que se plasma durante el estadio del espejo, sin embargo la madre es un otro que -sin saberlo- sólo transmite parte de la información del otro (es decir de todo el conjunto que es la sociedad y la cultura), más aún, la madre sólo será eficaz si media entre ella y el infante la función paterna, función simbólica en la que la relación diádica madre-hijo se abre a un tercero.