Según la mitología griega, los Pirineos los creó Heracles, al amontonar piedras para enterrar su amante, la princesa Pirene.
Dos factores contrarios, específicos del Pirineo, han afectado el desarrollo de una mitología arraigada y compleja.
Estos cultos son relacionados con las tradiciones celtas y galas, pero sobre todo con las vascas —en la prehistoria un grupo que ocupaba la mayor parte de la cordillera—.
Así pues, las deidades paganas perdieron fuerza a favor de figuras fantásticas que no suponían ningún conflicto con la cultura cristiana.
Sobre realidades concretas, en el Pirineo abundan los restos arqueológicos que dan testimonio de cultos antiguos.
[3] Las cazoletas y otras marcas en la piedra se han convertido en las huellas dejadas por las manos, las rodillas, los pies o las cabezas de los santos.
Las divinidades vascas, Mari, de carácter femenino sus asistentes fueron las sorginas y su consorte Sugaar (o Sugar o Maju) una divinidad masculina, han sobrevivido en la memoria colectiva conectando con otras varias en la evolución, incluidos los «señores múltiples mitológicos», Basajaun , Jaun Zuria, princesa de Mundaca ...
Las áreas montañosas, con sus partes casi inaccesibles, constituyen un refugio ideal para las criaturas fuera de las normas «humanas».
Este es el caso de Basajaun vasco, una figura típica del hombre salvaje, que no siempre se presenta como un gigante.
Los cíclopes , ya se llamen «bécut» en los Pirineos gascones, «ulhart» en Ariège,[12] Tartalo, o «Antxo» en el País Vasco, son omnipresentes.
[13] Sus historias abordan el tema conocido del cíclope Polifemo y Ulises: aquí, son los niños, o los soldados, quienes vencen al cruel gigante.
Las otras aventuras, siempre sobre el tema del «ogro engañado», lo convierten en un gran desequilibrado, extremadamente fuerte pero estúpido.
Cuenta la leyenda que debido a este entretenimiento se crearon varias construcciones existentes hoy en día.
Muchos gigantes juegan el papel de Bogeyman o del coco un ser legendario que aterroriza a los niños.
Los enanos, con la notable excepción del vasco Lamiñak, estos seres se encuentran típicamente en grupos especialmente el bosque y los ríos.
En cambio, hay una serie de santos oficialmente reconocidos pero nada populares, las víctimas católicas, directas o indirectas, del episodio cátaro: generalmente inquisidores muertos por los disturbios populares, como los inquisidores masacrados en la cruzada albigense en Avignonet-Cadireta, o el beato Pedro de Cadireta[21]