[3] Animada por su familia, en 1903 viajó a Madrid para formarse en el estudio de Emilio Sala,[4] cuya precisión en el dibujo y exuberancia en el color influirían en sus primeras composiciones.
Al año siguiente muere su padre y toda la familia se traslada a Madrid, fijando su residencia en la calle Castelló n.º 7.
Acudió a la academia Vitti a recibir las enseñanzas de Hermenegildo Anglada Camarasa y Van Dongen que orientaron su trabajo hacia el color y la expresión, dejando atrás las restricciones de la pintura académica en la que había iniciado su carrera.
[5] En la academia conoció y entabló estrecha amistad con Angelina Beloff, joven artista rusa, con la que en el verano de ese mismo año viajó a Londres y Bélgica, donde coincidió con Diego Rivera.
En esta segunda estancia parisina contactó con el círculo de la vanguardia cubista, especialmente con Juan Gris y Jacques Lipchitz.
[7] Tras esta estancia en España, María Blanchard decidió instalarse definitivamente en París (nunca regresó a su país).
La pintora expuso en los siguientes años para importantes galeristas junto a Jean Metzinger y Lipchitz.Blanchard militó activamente en el cubismo, pero durante el período de entreguerras optó por la vuelta al arte figurativo, más cercano a su personalidad.
[2] Su paso por el cubismo le sirvió para transformar el uso del color y aportó a su obra posterior un enriquecimiento que le facilitó la extracción del rigor expresivo a sus figuras en los períodos siguientes.
No hay crítico de arte que no celebre en términos entusiastas esta revelación...".Diego Rivera partió definitivamente para México, sumiendo a Angelina Beloff en una profunda depresión que la distanció de María.
Firmó un duro contrato con su marchante Lheon Rosemberg, lo que le supuso una cierta seguridad económica.
Buscó consuelo en la religión apoyándose en el consejo del padre Alterman, al que conocía a través de amigos comunes.
Su primo, Germán Cueto, escultor, se instaló por iniciativa de la pintora en París junto a su esposa, la tapicera Dolores Velázquez y sus dos hijas pequeñas.
María trabajó incansablemente, pese a encontrarse ya enferma, y en un estado de abandono físico tal y como nos describe Isabel Rivière: «Llevó durante años y años un vestido horrible de enormes cuadros amarillos y verdes del que no logramos que se deshiciera ni con las artimañas más sutiles ni con los ataques más directos... Cuando intentábamos insinuar, sin concederle mayor importancia, que verdaderamente el negro era lo que mejor le sentaba, contestaba con una sonrisa suplicante y zalamera de niña a la que quisieran quitar un caramelo: "Me gusta tanto arreglarme".Su hermana Carmen se trasladó con su esposo Juan de Dios Egea, diplomático y con sus tres hijos pequeños a París en 1929, lo que constituyó una pesada carga para María.
Esta sobrecarga familiar, aunque rodeaba de amor a la artista, le supuso además un gran esfuerzo económico, que melló su ánimo y su salud.