Se utilizan varios tipos de morteros para mantener los ladrillos juntos y formar una estructura duradera.
Estos recursos son valiosos para arquitectos, ingenieros y constructores, ya que facilitan la comprensión de los aspectos técnicos y estéticos que influyen en la elección del ladrillo para un proyecto específico Los ladrillos se utilizan como elemento para la construcción desde hace unos 11 000 años.
Se documentan ya en la actividad de los agricultores del neolítico precerámico del Levante mediterráneo hacia 9500 a. C. en forma de adobe, ya que en las áreas donde levantaron sus ciudades apenas existía la madera y la piedra.
Los sumerios y babilonios secaban sus ladrillos de adobe al sol; sin embargo, para reforzar sus muros y murallas, en las partes externas, los recubrían con ladrillos de arcilla cocida, que son más resistentes a la intemperie.
Por ejemplo, los ladrillos refractarios son ideales para estructuras que requieren resistencia a altas temperaturas, como chimeneas y hornos.
Para una comprensión más completa sobre los diferentes tipos de ladrillos y sus aplicaciones, se recomienda consultar el artículo sobre Tipos de Ladrillos Usados en la Construcción, que proporciona información detallada y técnica sobre este material esencial en la edificación.
La exposición a la acción atmosférica (aire, lluvia, sol, hielo, etc.) favorece además la descomposición de la materia orgánica que pueda estar presente y permite la purificación química y biológica del material.
De esta manera se obtiene un material completamente inerte y poco dado a posteriores transformaciones mecánicas o químicas.
Los instrumentos utilizados en la preelaboración, para un tratamiento puramente mecánico suelen ser: A la fase de preelaboración, le sigue el depósito de material en silos especiales en un lugar techado, donde el material se homogeneiza definitivamente tanto en apariencia como en características físico-químicas.
Esta fase se realiza en secaderos que pueden ser de diferentes tipos.
A veces se hace circular aire de un extremo a otro por el interior del secadero, y otras veces es el material el que circula por el interior del secadero sin inducir corrientes de aire.
Eso permite evitar golpes termohigrométricos que puedan producir una disminución de la masa de agua a ritmos diferentes en distintas zonas del material y, por lo tanto, a producir fisuras localizadas.
En el interior del horno la temperatura varía de forma continua y uniforme.