[1] No obstante, en los seres humanos se han desarrollado mutaciones genéticas que permiten la secreción de la lactasa durante la vida adulta,[2] como parte de una adaptación evolutiva en las poblaciones que han domesticado ganado lechero y han seguido consumiendo leche durante la edad adulta.
[1] El consumo de productos lácteos por parte de personas con intolerancia a la lactosa no produce daños en el tracto gastrointestinal, sino que se limita a síntomas transitorios.
[9][11] La LPH madura sin el pro péptido no se puede transportar a la superficie celular.
[3] Estas mutaciones se han producido durante la evolución humana varias veces de forma independiente, en diferentes zonas del mundo, probablemente relacionadas con la domesticación del ganado lechero durante los últimos 10 000 años.
Múltiples variantes han permitido a varias poblaciones modificar rápidamente la expresión del gen que codifica la lactasa (LCT, por sus siglas en inglés ) y han sido fuertemente conservadas en las poblaciones que consumen leche durante la vida adulta.
La intolerancia a la lactosa es la manifestación clínica (los síntomas) de esta malabsorción, si bien no se produce en todos los casos.
[1] Los síntomas que pueden aparecer incluyen dolor abdominal, distensión, borborigmos, diarrea[2][1] e incluso estreñimiento y vómitos.
[1] No obstante, en los seres humanos se han desarrollado mutaciones genéticas que permiten la secreción de la lactasa durante la vida adulta,[2] como ocurre por ejemplo en la raza caucásica (blanca).
[15][16] La intolerancia a la lactosa primaria está ampliamente sobre diagnosticada, especialmente en niños y adolescentes.
[2] Una vez que el principal problema se resuelve, los productos lácteos a menudo pueden ser consumidos normalmente, con lo que además se evita una exclusión innecesaria de esta importante fuente de calcio.
[2] Se presenta de inmediato en el recién nacido, coincidiendo con la alimentación con leche materna o artificial.