Aunque las referencias a una cabaña primitiva como origen de la arquitectura, que luego evolucionó al templo y tras perfeccionarse derivó en los órdenes clásicos, se encuentran ya en los primeros tratadistas, la cabaña primitiva como teoría de la imagen última de la verdad arquitectónica surgió en Francia a mediados del siglo XVIII y su discusión siguió hasta mediados del siglo XIX, teorizada por vez primera y con fortuna por el abad francés Marc-Antoine Laugier (1753).
Su enfoque fue después explorado en la teoría arquitectónica para especular sobre el destino posible de la arquitectura como disciplina.
Esa idea será retomada por Claude Perrault en su Ordonnance des cinq espèces des colonnes al señalar una separación radical entre la construcción como respuesta a una necesidad utilitaria y la arquitectura como arte, negando derivase la segunda de la primera.
La arquitectura no imitaría a la Naturaleza y con ello negaba la teoría de la cabaña original.
La arquitectura en Francia durante ese período estaba dominada predominantemente por el estilo barroco, con su ornamentación excesiva e iconografía religiosa.
En la imagen una joven que personifica la Arquitectura llama la atención de un niño angelical hacia la cabaña primitiva.
La arquitectura apunta hacia una nueva claridad estructural que se encuentra en la naturaleza, en lugar de en las ruinas irónicas del pasado.
Identifica metodológicamente los componentes clave de un edificio, describe su importancia fundamental y cómo deben ser abordados.
En el artículo 1, por ejemplo, Laugier da cuatro reglas generales para la construcción de las columnas, una de ellas que la columna «debe ser estrictamente perpendicular, porque estando destinada a soportar toda la carga, la perfecta verticalidad le da su mayor fuerza».
Laugier usó el frontispicio para ilustrar que en general la arquitectura sólo necesita tres elementos principales: columnas exentas, vigas horizontales (entablamento) y un simple frontón (el extremo triangular de un techo inclinado).
Laugier también señaló que la desviación o mal uso de esos principios conducía a «errores» en los edificios habituales y en la práctica arquitectónica.
En particular, reconoció como errores cuestiones derivadas de proporciones y diseños poco inteligente.
[8] En esa obra ya se rastreaban las trazas para validar el modelo de la choza primitiva.