[3] Tras los cien días, se dirige a Gante donde visita a Luis XVIII, y en nombre del partido liberal le advierte que solo una clara adopción de la política liberal aseguraría la continuidad de la monarquía restaurada, lo que es mal recibido por los consejeros del rey.
Esta visita a Gante, en un momento en que Francia se preparaba para una segunda invasión, causó, posteriormente, amargos reproches a Guizot por parte de sus oponentes políticos, que lo consideraron una acción antipatriótica, y le motejaban como insulto: “El hombre de Gante”.
Los elementos de inestabilidad social siempre estaban activos, y esperaban someterlos, no por medidas reaccionarias, sino por la aplicación firme del poder enmarcado en una constitución basada en el sufragio de la clase media y defendido por los mayores intelectuales del momento.
En enero de 1830, fue elegido diputado por Lisieux, escaño que conservó durante toda su vida política.
Guizot asumió inmediatamente una posición importante en la Asamblea, y su primer discurso fue para defender la célebre adresse des 221, en respuesta al discurso amenazante del trono, que fue seguido por la disolución de la cámara y es considerado como acontecimiento precursor de la revolución.
En 1831, Casimir Perier formó une administración más vigorosa y compacta hasta su muerte en 1832.
Guizot, era ya muy impopular entre los liberales más avanzados, y continuó siéndolo el resto de su vida.
Los deberes que este puesto le impuso se correspondían perfectamente con sus gustos literarios.
La fuerza del gobierno no descansaba en sus miembros, sino en el hecho de que Guizot y Thiers trabajaban en cordial cooperación.
Los dos grandes rivales en el Parlamento seguían el mismo camino; pero ninguno de los dos podía someterse a la supremacía del otro, y las circunstancias mantuvieron casi siempre a Thiers en la oposición mientras que Guizot asumía la responsabilidad del poder.
Era la primavera de 1840, y Thiers retoma poco tiempo después el ministerio del exterior.
Guizot pensaba que tal guerra sería la mayor de las calamidades, y nunca la propició.
Su encuentro en Londres había sido corto, pero enseguida se convirtió en confianza y respeto mutuos.
Ninguno de los dos se rebajó a aprovechar una ventaja en perjuicio del otro; mantuvieron su común interés por la paz como asunto primordial; y cuando surgían diferencias de intereses en partes alejadas del mundo (en Tahití con el Affaire Pritchard, en Marruecos, en Côte-de-l'Or, actual Ghana), las resolvían como merecía su insignificancia.
La oposición denunciaba la política exterior de Guizot como servil hacia el Reino Unido.
(Haríais mejor en guardaros vuestras calumnias, no me llegareis nunca a la altura del zapato), les respondía con menosprecio.
Aunque favoreció la ambición económica en la nación francesa, sus hábitos personales conservaron su simplicidad primitiva.
Licet uti alieno vitio (está permitido utilizar los vicios ajenos) es una proposición tan falsa en política como en teología.
Sin persuasión, ni humor, escasamente adornada, condensaba en pocas palabras la fuerza de una autoridad suprema.
Su confianza en sí mismo y en la mayoría del parlamento, que había moldeado a su voluntad, era ilimitada, y su largo ejercicio del poder le hizo olvidar que en un país como Francia había, fuera del parlamento elegido por un reducido cuerpo electoral, un pueblo ante el cual tanto el ministro como el rey deberían responder de sus actos.
No sabía nada de finanzas; los negocios y el comercio le eran ajenos; estaba poco familiarizado con asuntos militares o navales; todos estos asuntos eran tratados por intermediación de sus amigos Pierre Sylvain Dumon (1797-1870), Charles Marie Tanneguy, Comte Duchâtel (1803-1867), o el Mariscal Bugeaud.
En este asunto, los prejuicios del rey eran insuperables, y sus ministros tuvieron la debilidad de ceder.
Nada podía ser más fácil que reforzar el partido conservador concediendo el derecho de voto a los propietarios, pero la resistencia fue la única respuesta del gobierno a las moderadas demandas de la oposición.
Las advertencias repetidas por amigos o enemigos fueron ignoradas, siendo inconsciente del peligro hasta que fue demasiado tarde.
No llegó a percibir que una visión más amplia del destino liberal de Francia y una confianza menos absoluta en sus teorías personales habrían preservado la monarquía constitucional y evitado el desastre de los principios que defendía.
Pero, con la testaruda convicción de poseer la verdad absoluta, permaneció fiel a sus propias doctrinas hasta el fin.
Esta duda, para Guizot fue decisiva, y dimitió instantáneamente, volviendo a la cámara únicamente para anunciar que el gobierno estaba disuelto y que Mole había sido llamado por el rey.
La mayor parte del tiempo residió en Val-Richer, una antigua abadía cisterciense cercana a Lisieux (Normandía), desamortizada durante la revolución.
Guizot estuvo cerca de cuarenta años tomando un papel activo y ejerciendo su influencia.
Durante toda su vida fue un creyente en las verdades reveladas y uno de sus últimos escritos fue sobre la religión cristiana.