Guerra civil peruana de 1843-1844

Tras contener la invasión boliviana y firmar la paz con el vecino país, Menéndez acabó siendo derrocado.

Este último instauró un gobierno autoritario y conservador, que denominó el Directorio.

Se organizaron milicias en Tacna y Moquegua, para apoyar la revolución, sumándose igualmente algunas unidades del ejército regular.

Nieto y Castilla, al frente de milicianos tacneños y moqueguanos, atrajeron con engaños al coronel Juan Francisco Balta, jefe vivanquista que con un pequeño destacamento se había alejado del grueso de su ejército.

Balta cayó en la trampa, lo que aprovechó Castilla para atacar a la infantería enemiga y tomar posiciones en un cementerio.

Fue entonces el momento oportuno para que entraran a actuar los soldados de Castilla, quienes avanzando al trote, rodearon la tienda de Guarda, mientras que Castilla ingresaba y tomaba del brazo al jefe vivanquista, diciéndole: “Es usted mi prisionero”.

Esta fue una gran victoria para los constitucionales, quienes, en su mayoría milicianos, sometieron a un ejército de soldados experimentados, superiores en número.

Como consecuencia de esta victoria, la rebelión avanzó hasta Puno, Cuzco y Andahuaylas, consolidándose así en todo el sur peruano, a excepción de Arequipa, que se mantuvo inquebrantable en su lealtad a Vivanco.

Vivanco, viendo que se complicaba su situación, marchó hacia Arequipa, donde contaba con apoyo masivo.

Pero tras una semana de tensa espera, el ataque no se produjo porque Echenique, según lo dice este en sus memorias, fue puesto al conocimiento por Felipe Pardo y Aliaga de que Vivanco y Castilla se preparaban para un encuentro definitivo cerca de Arequipa, y por lo tanto ya no tenía sentido atacar Lima.

Arequipa era muy adicta a su causa y se preparó para resistir el ataque de Castilla.

En ese lapso sufrió la derrota de Carmen Alto y perdió así el poder.

En efecto, Vivanco ordenó a sus lugartenientes Juan Antonio Pezet, Ríos y Lopera que colocaran las tropas en posiciones aparentes para presentar la batalla al día siguiente.

Al atardecer, Vivanco ordenó a sus tropas sobrevivientes abandonar el campo.

Castilla se mostró magnánimo con los derrotados y no aplicó ninguna represión.

Los arequipeños, que habían apoyado fervorosamente a Vivanco (como lo harían también en la guerra civil de 1856-1858), aceptaron el nuevo orden de cosas, en vista que su caudillo no demostraba interés en seguir la lucha y más bien fugó abandonando a sus tropas.

El mariscal Domingo Nieto .
El mariscal Ramón Castilla .