Vinculado a la aristocracia colonial limeña, representó las tendencias autoritarias y aún cierto monarquismo nostálgico.
Su tenaz rivalidad con Ramón Castilla marcó toda una etapa de la historia republicana del Perú.
Sirvió algunos meses como cadete y ascendido a subteniente participó en la Segunda Campaña de Intermedios (1823), que bajo las órdenes del general Agustín Gamarra penetró en el Alto Perú, para luego desde Oruro emprender la retirada hacia la costa.
Sucesivamente promovido a capitán graduado (1827) y efectivo (1828), fue incorporado al estado mayor de la División del Norte en la guerra contra la Gran Colombia.
Ordenada su prisión, se trasladó precipitadamente a Lima, donde solicitó su retiro al ser derrocado el presidente José de La Mar.
"Como cumple el soldado de honor (según el mismo dijo), con el enemigo que en buena guerra le ha vencido”.
Casi en la indigencia marchó al destierro, rechazando una pensión alimenticia que le asignó Castilla.
Pero no triunfó y resultó elegido el candidato oficialista, el general José Rufino Echenique (1850).
Fue el inicio de una larga guerra civil, quizás la más grave que ha sufrido la República Peruana.
Este suceso valió al Callao el título de “Provincia Constitucional”, que aún mantiene.
En este episodio murieron miles de personas, entre ellos, el Poeta y Capitán de artillería, Don Benito Bonifaz Febres, (1829-1858), cuyo cadáver fue encontrado por un amigo en una trinchera, y Vivanco, una vez más, salió desterrado con destino a Chile.
Se inició entonces una revolución nacionalista, acaudillada por el coronel Mariano Ignacio Prado; y al culminar ésta con el triunfo (5 de noviembre de 1865), Vivanco debió volver por enésima vez al destierro en Chile.
Pese a todo, se vio favorecido por la confianza del electorado arequipeño y representó al departamento en la Cámara de Senadores (1868-1872).