El mismo Castilla, saliendo de la tienda, se dirigió a estas tropas y con voz estentórea les ordenó: “Batallón: armar pabellones y al agua”.
Los soldados de Guarda obedecieron, como si hubieran escuchado a su propio jefe.
Fue entonces el momento oportuno para que entraran a actuar los soldados de Castilla, quienes avanzando al trote, rodearon la tienda de Guarda, mientras que Castilla ingresaba y tomaba del brazo al jefe vivanquista, diciéndole: “Es usted mi prisionero”.
Esta fue una gran victoria para los constitucionales, quienes, en su mayoría milicianos, sometieron a un ejército de soldados experimentados, superiores en número y armamento.
Como consecuencia de esta victoria, la rebelión avanzó hasta Puno, Cuzco y Andahuaylas, consolidándose así en todo el sur peruano, a excepción de Arequipa, que se mantuvo inquebrantable en su lealtad a Vivanco.