Fleeming Jenkin

Conocido mundialmente por ser el inventor del teleférico, fue no solo un experto en electricidad e ingeniería de cables, sino también conferenciante, filólogo, crítico, actor, dramaturgo y artista.

Sobre los primeros disparos oídos durante las revueltas, escribiría una carta a un antiguo compañero de clase [1].

Jenkin, con su hijo y su cuñada, tuvieron que recurrir a la protección de un barco inglés atracado en la bahía.

En Génova, Jenkin también tuvo la oportunidad de asistir a la universidad, siendo el primer protestante en estudiar allí.

Las siguientes vacaciones las pasó dibujando, y por las noches tocaba el piano o asistía a la ópera.

Le gustaba su trabajo, tenía el buen ánimo de su juventud y trabó algunas gratas amistades, como la escritora Elizabeth Gaskell.

Jenkin había estado siempre pegado a las faldas de su madre, y por juzgó esos cambios con más acierto.

Jenkin había conocido a los Austins gracias a una carta de la señora Gaskell, y se mostró encantando con la atmósfera doméstica, que combinaba la conversación intelectual con el trato afable y cortés, desprovista por completo de clasismo o afectación.

Era un privilegio muy inusual que un solitario joven en la situación de Jenkin pudiera acceder a la alta sociedad, y él reconocía su buena estrella.

Annie Austin, su única hija, había recibido una excelente formación, que incluía el aprendizaje de las lenguas clásicas.

Aunque Jenkin quería y admiraba a sus padres, al principio no reparó en ella.

Aunque la señora Austin sí dio su visto bueno, y el padre tan solo se preocupó por preguntarle por su carácter.

Jenkin se mantuvo muy ocupado diseñando y ajustando la maquinaria para los barcos cableadores, así como realizando experimentos eléctricos.

En ese punto de la operación, otro brusco aumento de la profundidad hizo que el cable que aún quedaba se agotase, y Brett se vio obligado a cortar la línea y abandonarla en alta mar.

El conocimiento de idiomas de Jenkin le hacía muy útil como intérprete pero, refiriendo este accidente a la señorita Austin, comentó que "por nada del mundo sería doctor, para asistir a estas escenas continuamente.

Su conversación giró básicamente en torno al telégrafo, pero Jenkin también se mostró interesado por cuestiones físicas.

Éste parecía haberle contagiado toda la energía que desprendía, con su magnética personalidad y su entusiasmo profesional.

Se sentía fuertemente vinculado a su mujer y en sus cartas revela una calidez de afecto que un observador poco avisado nunca habría sospechado en un carácter como el suyo.

Esta vez, el Elba iba a preparar la comunicación entre las islas griegas de Syros y Creta con Egipto.

Sin embargo, y durante muchos años, el negocio había resultado más bien frustrante.

Robert Louis Stevenson afirma en sus "memorias" que Jenkin tenía por principio "disfrutar la felicidad de cada día según se presente, como hacen los pájaros y los niños".

En 1863 nació su primer hijo y la familia se mudó a un cottage en Claygate, cerca de Eser.

Jenkin observó que toda la isla contaba con electricidad, gracias a la batería instalada en la estación de telégrafos.

Fabricado por Hooper & Co., de Millwall, el cable estaba protegido por goma arábiga, un aislante recién descubierto.

Sus clases siempre se desarrollaron ordenadamente, porque instantáneamente reconocía los problemas y corregía a los alumnos díscolos.

Entre sus autores favoritos figuraban Esquilo, Sófocles, Shakespeare, Ariosto, Bocaccio, Sir Walter Scott, Alejandro Dumas, Charles Dickens, Thackeray, y George Elliot, entre otros.

Los niños solían esperar frente a su oficina hasta que llegaba la hora de cerrar.

Sentía también un vivo afecto por los animales, y su perro Plate le acompañaba regularmente a la universidad.

Sus padres y familia política acabaron viviendo en Edimburgo, pero todos fallecieron en plazos de 10 meses.

En cierto período de su vida, Jenkin se interesó por el libre pensamiento, considerando todos los dogmas como "simples ataduras ciegas para expresar lo inexpresable".