El tercio inferior del lienzo lo ocupa un sombrío valle donde una multitud de gente y ganado se dispersa caóticamente en todas direcciones.
[2] Posteriormente perteneció a Pedro Fernández Durán, quien legó su colección al Museo del Prado, y allí se conserva desde 1931.
[5] Ya en 2009 Valeriano Bozal aseveró, tras conocer el comunicado de Mena, que «el informe no es concluyente»[11] y posteriormente pidió infructuosamente celebrar un congreso de expertos internacionales para llegar a un consenso, declarando, en junio de 2010, que «se le ha quitado la autoría a Goya con unas pruebas débiles y poco relevantes.
[12] Otros estudiosos, restauradores y exdirectores del Prado se mostraron contrarios a la tesis de Mena.
[14] En marzo de 2009, Nigel Glendinning y Jesusa Vega firmaron un artículo en la revista científica Goya titulado «¿Un fracasado intento de descatalogar El coloso por el Museo del Prado?»[15] donde cuestionan la metodología y los argumentos del informe de Manuela Mena, y concluyen:[16][17] Desde 2001 Juliet Bareau-Wilson y Manuela Mena habían puesto en duda la autoría de Goya, postulando que El coloso había sido ejecutado por el hijo del pintor, Javier Goya, al tiempo que atribuían La lechera de Burdeos a la ahijada del pintor, Rosarito Weiss.
Parece adoptar una postura combativa a juzgar por la posición del brazo y el puño cerrado.
El cuadro fue pintado durante la Guerra de la Independencia Española, por lo que podría simbolizar dicho enfrentamiento bélico.
Nigel Glendinning afirma que el cuadro está basado en un poema patriótico de Juan Bautista Arriaza llamado «Profecía del Pirineo» publicado en 1810.
[26] En él se presenta al pueblo español como un gigante surgido de los Pirineos para oponerse a la invasión napoleónica.
También es ambigua su posición; podría estar tras las montañas o enterrado hasta más arriba de la rodilla, lo que sucede en otros cuadros pertenecientes a las Pinturas negras, como el Duelo a garrotazos.
Sin embargo, Nigel Glendinning ha rebatido esta datación tardía, basada solo en aspectos estilísticos, puesto que todos ellos se hallan ya presentes (si bien no en el mismo grado) en cuadros anteriores, desde La pradera de San Isidro en 1788 para las diminutas figuras resueltas con rápido trazo; hasta los Caprichos (1799) números 3 («Que viene el coco») y 52 («Lo que puede un sastre») para el motivo de la figura de proporciones gigantes que atemoriza.
Tiene antecedentes clásicos en el Siglo de Oro, como las figuras alegóricas del teatro barroco (La Numancia de Cervantes contiene un pasaje donde España aparece representada en un diálogo con el Duero), y muchos de ellos son apariciones permitidas por Dios (como ocurría con Santiago o San Jorge en batallas importantes contra los musulmanes) para infundir ánimo en los combatientes.
61-67): «De tanto joven que sin armas, fiero / entre las filas se le arroja audaz» (pág.
Su heroísmo contrasta con el miedo del resto de la población, huyendo dispersos en un movimiento en múltiples direcciones, solo detenido ocasionalmente para ayudar a algún desmayado o por efecto de la legendaria terquedad del borrico.
El gigante, separado en un plano más profundo por las montañas, se internaría en un plano más alejado del espectador, escorado hacia atrás y a la izquierda, formando con su avance una diagonal en ángulo opuesto a las direcciones de la multitud que huye.