[1] Una terrible inundación del río Carrión destruyó gran parte de la ciudad y provocó su abandono temporal, posiblemente a comienzos del siglo II d. C., tras el cual y hasta el siglo V, se desarrolló un importante núcleo urbano.
Se conoce por fuentes documentales el incendio que asoló la ciudad a partir del 457 tras la invasión de los godos, lo que dará lugar a cambios y desplazamientos de la población; pero, a pesar de que no se han encontrado restos en el subsuelo posteriores a esta fecha, no parece que se produjese su total abandono.
La prosperidad de sus ferias y la consolidación del mercado nuevo, dio lugar a un importante desarrollo económico, que trajo como consecuencia un importante aumento de la población y la expansión del núcleo urbano.
Según Madoz «la ciudad se sitúa en la orilla izquierda del río Carrión en lo más llano de su vega y a dos leguas de su confluencia con el Pisuerga, el terreno sobre el que descansa es sumamente fértil y pocas poblaciones gozan de una perspectiva tan deliciosa y pintoresca como la que ofrece esta ciudad….».
Un segundo asentamiento más moderno, conformado por mercaderes y artesanos, se desarrollará en torno a la iglesia de San Miguel.
A finales del siglo XI se abre la Rúa Mayor, calle de gran longitud paralela al río, de trazado curvilíneo, que se va a convertir en el eje de la vida económica, estructurando los dos núcleos primitivos y posibilitando nuevos usos urbanos y nuevas actividades.
Se trataba de un recinto independiente y aislado, en la que el río constituía una barrera física, únicamente rota por la existencia del puente conocido como Puentecillas y posteriormente por el Puente Mayor.
Hacia el este se abrían las puertas de Monzón y de Burgos, al sur la Puerta del Mercado, que abría la entrada a la calle principal, la Rúa.
Más tarde, se abrió al norte la Puerta de Santa Marina.
A mediados del siglo XV la ciudad tenía catorce puertas y postigos, algunas de las cuales habían quedado intramuros al englobarse nuevos espacios, como el Barrio de la Puebla.
En la actualidad se encuentra en perfecto estado, conservándose las amarras y las antiguas naves almacenes, hoy convertidas en el Museo del Agua.
A finales del siglo XVIII, Palencia conservaba prácticamente intactas sus murallas.
En esta calle, que presenta soportales en uno de los lados, se encuentran las edificaciones más singulares de la ciudad, en estilo neoplateresco y modernista, en las que el ladrillo, la piedra, el hierro y la madera son los materiales más característicos.
[1] En la configuración de la ciudad del siglo XIX y XX, destacan importantes arquitectos, como Juan Agapito y Revilla, Jacobo Romero y Jerónimo Arroyo, cuyo estilo ha definido el carácter del centro histórico de la ciudad de Palencia a lo largo del siglo XX.
La casa consistorial, inaugurada en 1878, se decora según proyecto de Jacobo Romero.
Obra suya es también el Instituto de Educación Secundaria Jorge Manrique, que en la actualidad acoge un Museo dedicado a la figura de Jerónimo Arroyo y sus proyectos en la ciudad.
Asimismo destaca el Centro de Salud «La Puebla», construido sobre un edificio diseñado por él en 1905 para Juan Antonio Gullón, del que se conserva la fachada que da a la avenida Modesto Lafuente y a la calle Ricardo Cortés.
El proyecto sufrió diversas paralizaciones y modificaciones; se decidió eliminar el bronce inicialmente previsto para cabeza, brazos y pies, así como las incrustaciones de mosaicos dorados de reflejos metálicos, aprobándose el proyecto finalmente en hormigón armado revestido de piedra artificial y granito y también se modifica la disposición de los brazos, decidiéndose finalmente una posición hierática que representa justo el instante que antecede la bendición.
[1] Las obras, para las que Victorio Macho contó con la ayuda del arquitecto municipal Jerónimo Arroyo, comenzaron en 1927, previa colecta popular; tras superar muchas dificultades derivadas de la climatología y el difícil acceso, finalizan pocos años después.
Según su deseo, fue enterrado a los pies del Cristo, en la ermita de Santa María del Otero, donde reposan sus restos con una sencilla lápida de mármol blanco y un pequeño museo dedicado a su obra, en el que se puede encontrar una exposición sobre el artista y su ciudad.
En recuerdo de estos acontecimientos, que algunos estudiosos quieren relacionar con la catastrófica inundación que tuvo lugar en la Pallantia del siglo II d. C., es tradición que las autoridades palentinas, desde el balcón de la ermita, «apedreen» a los asistentes lanzándoles bolsas del típico pan y quesillo.
[1] Posiblemente este eremitorio y posterior ermita rupestre, formaría parte del conjunto fundado en el siglo VI por el monje Toribio de Palencia, que posteriormente se trasladaría al valle de la Viorna, en la Liébana cántabra, para fundar lo que hoy se conoce como Santo Toribio de Liébana.
A su muerte, el Cabildo de la Catedral se hizo cargo del edificio, encargando a un capellán la celebración de dos misas por semana y eligiendo a un ermitaño que viviría en el lugar y se encargaría del cuidado del edificio.