Tanto Pedro Mesía, como el resto de los oficiales y la tripulación del Glorioso, serían liberados al día siguiente de llegar a la capital portuguesa y puestos bajo la custodia del embajador español.
John Crookshanks, jefe del convoy, tras divisar al navío español ordenó su persecución.
A media tarde el Montagu ya navegaba en «las aguas» del Glorioso.
También disparó cuatro cañonazos a la popa del Glorioso, que no le alcanzaron.
Pedro Mesía ordenó entonces trasladar cuatro cañones, dos de 18 libras a la cámara baja y dos de 24 a los guardatimones, con los que se podría disparar desde la popa del navío contra su perseguidor, impidiendo así al paquebote inglés acercarse demasiado.
Sería precisamente entonces, a las 16 horas, cuando se produjo un chubasco que dejó al Glorioso sin viento, aunque curiosamente no fue así para los barcos ingleses, circunstancia que aprovecharon para acercarse al buque español.
Sobre las 21 horas, con los horizontes «abromados» y advirtiendo Pedro Mesía que los tres bajeles enemigos se le venían encima, tomó la iniciativa.
El capitán Connelly, comandante del pequeño paquebote inglés, ordenó alejarse para no regresar.
Tras un cañoneo que duró, según los testigos, poco más de cinco minutos, John Crookshanks ordenó separarse del Glorioso.
En esos momentos, con una visibilidad prácticamente nula, debido a las nubes y nieblas que ocultaban la luna, Pedro Mesía podría haber cambiado de rumbo y haber aprovechado la oscuridad de la noche para dejar atrás a sus perseguidores.
El enfrentamiento, sin desmayo por ambos contendientes, continuaría hasta pasadas las tres de la mañana, en que al entrar un poco viento del este-noreste, el capitán Erskine, comandante del Warwick, decidió que había sufrido suficiente castigo.
Aprovechó el viento favorable y se alejó para siempre del Glorioso.
Después de este primer combate, el Glorioso continuó navegando hacia España.
Nada más sobrepasar al buque español, los tres barcos se juntaron para hablar.
La fragata y la balandra, situadas a barlovento del Glorioso, también dispararon sobre este.
Así que volvió a virar en redondo el navío y en esta ocasión, ante la sorpresa de los británicos, pasó por sotavento del Oxford.
La opinión desfavorable que el comandante español apuntó en su diario de navegación sobre Callis, se vería refrendada al día siguiente, cuando los tres bajeles volvieron a pasar a unas dos millas de la proa del Glorioso, sin hacer maniobra alguna por buscar el enfrentamiento.
[14] Como había sucedido anteriormente con su compañero, el capitán Callis fue sometido a un consejo de guerra.
Pero a diferencia del comodoro Crookshanks, Callis fue absuelto y restituido con honor.
[19] No obstante, solamente tres de ellas se enfrentarían al Glorioso, aunque realmente solo la King George, comandada por el propio Walker, se enfrentaría en un duelo artillero directo con el buque español.
Media hora después, el Glorioso se alejó del combate sin que ninguna de las dos fragatas hiciera nada por impedirlo.
El ya jefe de escuadra español, receloso ante la maniobra, continuó su rumbo sin inmutarse.
Su capitán, John Hamilton, viendo que su treta no daba resultado, arrió la bandera danesa e izó la británica.
Hamilton, consciente quizás de la menor potencia artillera de su navío, no quiso exponer todo su costado, por lo que al llegar su proa a la altura del palo mayor del Glorioso, puso parte de sus velas en facha para frenar el buque y comenzó el duelo artillero.
[24] Después de la batalla, los barcos británicos navegaron hacia Lisboa, llevándose al Glorioso con ellos.
Allí sería sometido a varias inspecciones y evaluaciones para dictaminar su estado.
[29] Sin embargo, sería George Walker, uno de los capitanes británicos a los que se enfrentó Pedro Mesía, quizás el más valiente de todos, el que mejor supo valorar la hazaña del solitario buque español.