En la segunda mitad del siglo XIX el antijudaísmo cristiano enlaza con el antisemitismo contemporáneo, que se alimenta a su vez de los mitos y libelos antijudíos elaborados durante los siglos anteriores.
Por otra parte, tanto los Hechos como las cartas dejan entrever que los mismos judíos miraban al principio a los cristianos como un grupo, escindido y cada vez más herético, del propio judaísmo.
[5] Desde sus orígenes el cristianismo se presentó a sí mismo como el "Nuevo Israel" y se escandalizó porque los judíos persistieran en su "ceguera" de seguir esperando la venida del Mesías, para cumplir la Promesa que Dios le hiciera a Abraham, cuando el Mesías ya había llegado: era Jesucristo —por eso "durante siglos, la iconografía cristiana representó a la sinagoga por una mujer con los ojos vendados, dando a entender que no veía ni quería ver la Verdad"—.
[7] La Iglesia católica no podía permitir que los judíos negaran a Jesucristo como el Mesías porque eso ponía en cuestión la existencia misma del cristianismo.
La frase significaba textualmente oremos por los judíos que están apartados de la fe verdadera, pero siempre se le dio otro sentido, el de la perfidia que caracterizaba al pueblo judío en su conjunto.
Y, por otro lado, la acusación de ser un pueblo criminal, "deicida"», ha afirmado Michel Wieviorka.
Pero los judíos, siguiendo la doctrina del padre de la Iglesia San Agustín, no fueron perseguidos, sino "tolerados" en la acepción original —negativa— del término "tolerar", que significaba aguantar, disimular, permitir lo que no es lícito.
Alfonso escribió Dialogus contra judeos (Diálogos contra los judíos), donde por primera vez se utilizan los argumentos de la literatura rabínica, que Pedro Alfonso conocía muy bien, para combatir el judaísmo.
Pero estos métodos dieron escasos resultados porque la inmensa mayoría de los judíos siguieron fieles a la Ley Mosaica.
Su título era Pugio fidei adversos Mauros et Judaeos, cuya intención la aclaraba el propio Martí en el prólogo: «Con los libros del Antiguo Testamento que recibieron los judíos, además del Talmud y otros de sus textos auténticos, compondré una obra tal que sea capaz, casi como un puñal, de rasgar a los perseguidores de la fe cristiana y del culto».
Como el libro estaba lleno de citas sacadas del Talmud y de los midrachim —interpretaciones y comentarios tradicionales— con su correspondiente traducción al latín, fue profusamente utilizado por todos los autores cristianos que querían mostrar los "errores" del judaísmo.
Estos ahora "eran tan solo servidores de Satán, que los empleaba para destruir la fe cristiana".
[30] La creciente virulencia del antijudaísmo doctrinal alimentó y justificó los estereotipos antijudíos surgidos en los ámbitos no eruditos.
Asimismo se les caracterizaba como cobardes, pero la realidad era que al privárseles del derecho a portar armas intentaban evitar los problemas.
[...] Todo ello contribuía a formar entre los judíos una conciencia específica: era inútil tratar de defenderse, ya que el daño sería todavía peor.
[34] Aunque algún médico judío fue acusado de utilizar sus conocimientos para intentar asesinar a su paciente cristiano, la calumnia más difundida era que propagaban epidemias y enfermedades contagiosas para acabar con los cristianos.
Estas acusaciones alcanzaron su clímax cuando la Peste Negra asoló Europa a partir de 1348.
Según esta leyenda los judíos robaban hostias consagradas para quemarlas, apuñalarlas o meterlas en agua hirviendo y de esa forma "demostrar" que no eran el cuerpo de Cristo, según la fe cristiana.
[28] En las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio también aparece la leyenda: un prestamista judío, tras hacerse con una hostia consagrada, la profanó con fuego, agua hirviendo y con un cuchillo, pero sin conseguir alterar su forma original.
Una de las versiones más conocidas es la ocurrida en Segovia a principios del siglo XV, y que parece que dio lugar al cuadro atribuido inicialmente a Jan van Eyck, titulado El triunfo de la Iglesia sobre la Sinagoga.
La leyenda fue recogida por Alonso de Espina en el libelo Fortalitium Fidei de 1460 y en ella se refiere que un sacristán necesitado de dinero acudió a un prestamista judío y éste a cambio del dinero le pidió que le entregara una hostia consagrada, a lo que el sacristán, asustado, accedió.
Los judíos profanadores fueron condenados a muerte y el obispo convirtió la sinagoga de Segovia en un templo católico dedicado al Corpus Cristi.
[37] El dominico catalán Raimundo Martí en su famosa obra antijudía Pugio fidei... atribuía esta conducta a la intervención del diablo que les habría enseñado a los judíos —sus discípulos predilectos, según Martini— que en la hostia consagrada estaba presente el cuerpo de Cristo.
[42] Este libelo persistirá hasta el siglo XX en Europa Central y Próximo Oriente.
Se ponía el acento en la larga historia del antisemitismo cristiano, en las atrocidades cometidas por los cruzados contra los judíos en la Edad Media, en el papel de la Iglesia en las persecuciones antijudías a lo largo de la historia.
En uno de sus libros describe los esfuerzos realizados por clérigos cristianos individuales en la lucha contra el antisemitismo y, del estudio de sus biografías, concluye que es necesario un cambio en el tratamiento del Holocausto en la historia.
[45] Jules Isaac se entrevistó con los papas Pío XII y Juan XXIII y logró convencer a este último, como a otros muchos católicos, de la responsabilidad de la Iglesia católica en el antisemitismo que llevó al Holocausto.